Regino E. Boti
Este texto ha sido elaborado a partir de una
carta que envió Regino Boti al artista visual gallego Mariano Miguel, el 2
de enero de 1927, cuyo original se conserva en su archivo de Guantánamo. No
ha sido recogida en ninguno de los epistolarios botianos publicados hasta
hoy, cuando se edita para celebrar los cien años de Arabescos mentales, con el mayor respeto y el único propósito
de dar la palabra al poeta.
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Nací en Guantánamo. Todos los
indicios dicen que en Guantánamo moriré. Me encanta la aldea: vivo
solo entre muchos.
Fui cien cosas antes. Hoy soy
abogado y notario. La ciencia del derecho es algo precioso aunque la justicia
es mentira. El ejercicio de la abogacía es una ignominia: me asquea. El notario
es más noble, sin negar que la fe pública está un poco desconceptuada entre
nosotros. Como no hago gatuperios, soy hombre al agua: no me enriquezco. Ejerzo
la primera de esas profesiones desde 1917 y la segunda desde 1918.
He publicado seis libros y cuatro
folletos que contienen obras de las clasificadas como originales; una
compilación –La lira cubana–; dos libros y dos folletos con
versos y prosas de Rubén Darío, en los que hay notas mías; varios estudios
críticos y numerosos artículos de diversas materias. El primer intento de prosa
artística que se hizo en Cuba está en mi libro Prosas emotivas, que salió en 1910, en el folletín de El Cubano Libre. No me tocó iniciar sino
hacer la revolución modernista entre nosotros con la publicación de mi libro de
versos titulado Arabescos mentales,
en 1913. La sorda envidia de los que entonces manejaban la pandereta lírica
emprendió contra mi libro y contra mí la conspiración del silencio, de tal
modo, que la generación posterior la practica con mayor encarnizamiento
todavía. A los trece años del suceso es que algunos valientes se
atreven a estampar mi nombre en letras de molde para [otra cosa que no sea]
vituperarlo. Que eso no me ha roto un hueso, lo acredito con mi constante
labor, ajena por completo a todo nepotismo literario, simplemente porque solo
el corazón heroico puede prescindir de la aprobación humana. Esa labor la
corono por ahora con mi tercer libro de versos, el titulado La torre del silencio.
Instintivamente uno sabe lo que
debe realizar, como “estrategia literaria”, para hacerse un nombre. Pero me
revientan todas las vanidades. “Yo hago arte en silencio”. Contra lo que
pensaron aquellos conjurados impotentes, el muerto está de pie, como diría
Bécquer. El hecho habla por sí solo. Y añadiría, pensando en las palabras que
acabo de leer, [que] estoy “penetrado de la filosofía de que lo importante es
hacer, ya que las obras humanas se consagran por sí mismas y no necesitan para
el público más reclamo que su propia bondad”.
Me
casé y tengo dos hijos. El primero se llama como yo: Regino; y la segunda como
su madre: Caridad.
Las
personas me interesan por sus acciones. El hombre que, tratado en la intimidad,
me ha producido más honda impresión es mi padre. Después, don Miguel Álvaro Zaldívar y Sánchez, hoy magistrado de la Audiencia de Camagüey. Hablé en dos
ocasiones muy largamente con Manuel Sanguily. Admirable. Oyéndolo aprendí
muchas cosas. Me instruyó y orientó en distintas disciplinas don Domingo Figarola-Caneda, a quien tuve siempre por uno de mis maestros. Quise al Dr. Sergio Cuevas Zequeira, y tanto que le perdono me iniciara en el horrible
tormento de leer versos en público, lo que para mi bien, y porque no me gusta,
hago tan mal como en privado.
Francisco Villaespesa es el único poeta de esclarecida fama que he tenido en contacto,
por dos ocasiones. No aprendí nada de él. Desde luego, que nada me enseñó
tampoco. Le debo la atención de haberme dedicado su soneto “Julián del Casal”,
incluido en el tomito que tituló La
estrella solitaria.
Solo
he tenido un amigo íntimo que al mismo tiempo fuera un gran literato y poeta:
José Manuel Poveda. Como resultado de una malévola información, me negó en
redondo. Yo me alegré del suceso, porque su primitivo juicio sobre mí lo
conceptué siempre [de] exageradamente bondadoso. Negándome, se tiró de la nube
y pisó tierra firme.
Los
dos bohemios más interesantes que he conocido son Eulogio Horta y Víctor Paul
Maldonado. Horta, de moral contradictoria y sano corazón, me enseñó oralmente,
y entre sorbo y sorbo, algunas cuestiones por las que tenía interés. Víctor
Paul Maldonado falleció aquí. Dejó un libro por publicar, el que
manuscrito, tras breve extravío, vino a mi poder después de la muerte de su
autor. Algunos de los artículos de ese libro –que tituló Bocetos tropicales– no
fueron escritos porque los componía mientras los paraba tipográficamente. Era
un bohemio que todo lo tenía limpio: la ropa, las ideas, las palabras y las
uñas.
No he tratado con intimidad a ninguna mujer
sobresaliente. Y lo siento, porque me hace mucha gracia el feminismo.
En la foto: Regino E. Boti visita Miami, en 1947 o
1948. Se publica gracias a la amabilidad de Regino Rodríguez Boti.