Quinta estampa mongólica
La primera vez que el profe Raúl fue a la casa en
esa semana, Yayo me enseñaba cómo llevar la anotación en los juegos de pelota.
Él siguió directo para el patio, a conversar con el abuelo, mientras nosotros comentábamos
en la sala sobre el juego contra el equipo de Los Caballitos. «Ese muchacho
pierde la cabeza cuando batea», se quejaba Yayo de Alexis, que ya había
lastimado a más de un quécher con su costumbre de tirar el bate para atrás, y por
eso Los Caballitos se negaban a jugar si él estaba en la alineación el próximo
domingo. «Es como si en ese momento parara de pensar», se lamentaba Yayo. Y
bueno, le contesté yo, si alguien pierde la cabeza, ¿con qué va a pensar?
Pues estaba equivocado. Aun así, uno puede ver, oír
y hasta entender, lo único es que corres el riesgo de volverte un malvado
asesino. La nochecita que regresábamos de ver El jinete sin cabeza en el cine Cauto, encontramos al profe Raúl
conversando con mamita y papito en la sala. Como iban a demorar en servir la
sopa, Luisito y yo aprovechamos para irnos al comedor y armar un partido de
Beisbolito. Desde el puesto del abuelo en la mesa, el profe Raúl me quedaba
detrás de la repisa, así que no podía verlo ni tampoco escuché su respuesta
cuando mamita le preguntó «¿Por qué no le pides una reunión al secretario del
Partido?» Justo ahí, Luisito gritó «¡Jonrón con las bases llenas!» Era cierto, el
muy dichoso había sacado un doble seis. Y esa fue la segunda visita del profe
Raúl a la casa en aquella semana.
La última fue viernes de tardecita. Abuelo me
ayudaba a hacer un guayo que habían dejado de tarea en Educación Laboral y
mamita peleaba porque le ensuciábamos el comedor con el entra-y-sale. Estábamos
en el patio y fue ella quien nos contó después cómo el profe Raúl quitó el
gancho de la puerta, metió la cabeza dentro de la sala y saludó diciendo «En
esta casa ya nunca hacen dulce de marañón». Tampoco puse atención cuando papito
y el profe Raúl se fueron a conversar debajo del aguacate, en el fondo del
patio. Quién iba a fijarse en alguna cosa con el abuelo regañándome para que
hiciera parejos los huecos en la plancha de zinc y mamita regañándolo porque
así yo nunca aprendería a hacer nada solo. De salida, el profe Raúl se paró
delante y me alborotó el pelo con una mano. Yo estaba arrodillado en el piso, y
cuando miré hacia arriba, pareció que casi llegando al cielo sonreía una cabeza
gigante. Fue entonces que mamita se asomó al patio y le preguntó si no había
alguna esperanza. El gigante movió la cabeza «Imagínate, quienes debían
defenderme son los que me acusan», y enseguida volvió a sonreírme desde allá
arriba «Oye, este muchacho se está volviendo un hombrecito», así dijo.
Esa noche, mientras veíamos un juego de pelota en
la televisión, llegó Nereyda con la noticia de que el profe Raúl había matado
al director de Educación. «Un solo tiro», repetía ella, «se lo dio con una
pistola que llevaba escondida en las botas». Y aunque Nereyda traía puesta la
bata de casa finita y los elásticos del blúmer se le marcaban bien claros, esa
vez no pude embelesarme con sus nalgas, todo por culpa de las botas del profe
Raúl, altas y acordonadas hasta más arriba de la mitad, igual que las había
visto delante de mí en el patio. Pero esas botas ahora daban miedo, fíjense que
los narradores en el televisor dejaron de oírse y nosotros tampoco atinábamos a
decir palabra. «¿Cómo pudo perder la cabeza ese hombre?», se lamentó por fin mamita,
y eso de verdad que no lo entendí. Cuando el profe Raúl me pasó la mano por el
pelo, tenía la cabeza en su lugar y su sonrisa no era la de un malvado asesino,
seguro que no. «¿Y ahora qué le va a pasar?», sollozó mamita. «Quién sabe», dijo el abuelo, «pero no creo que a alguien se le ocurra acusar otra
vez a Raúl por pájaro». Y eso sí que lo entendí muy bien.
Ilustración: Frágil, instalación de Jorge Pineda. Figura de cerámica, 100 x 50 x 25 cm.
Ilustración: Frágil, instalación de Jorge Pineda. Figura de cerámica, 100 x 50 x 25 cm.
Segunda estampa mongólica: El héroe
Tercera estampa mongólica: El encuentro
Cuarta estampa mongólica: El sueño
Cuarta estampa mongólica: El sueño
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