Joaquín Badajoz
Texto leído en la presentación del libro El arma secreta, el 5 de diciembre de 2014, en el Centro Cultural Español de
Miami.
Mi
primer impulso fue titular esta presentación de El arma secreta, Premio Nacional de Cuento José Ramón López 2013 de
República Dominicana, “El arte de narrar”. Lo que hubiera sido lugar común,
parodia y celebración de ese útil ensayo que es “Apuntes sobre el arte de
escribir cuentos”,1 de Juan Bosch, el gran cuentista dominicano,
fechado en su exilio en Caracas, en septiembre de 1958, que a pesar de su más
de medio siglo –y qué medio siglo: de pastiche y probeta,
experimental y postmoderno– sigue teniendo absoluta vigencia
didáctica, aun cuando pueda haber sufrido cierta trasnochada teórica. Pero
sospecho que a Bosch eso no le hubiera importado un ápice, porque sus apuntes
son para narradores, no para teóricos, escritos como explicándose a sí mismo la
esencia del (buen) contar. Toda regla de oro es entonces profundamente
autobiográfica, no sirve para otra cosa que para desmontar desde adentro el
mecanismo narrativo de otros, nunca para impulsar el propio.
En ese
entonces –hablo de 1958–, todavía los géneros literarios
parecían respetar fronteras, convivir dentro de precisos límites condales. Hoy
todo ha sido sustituido por la palabra “texto”, que resume la escritura en su
transexualidad, como potens híbrido,
en el que importa la esencia, el ser de la escritura multiplicado, más que su
genética escritural. En este año de gracia de 2014 da gusto, sin embargo, saber
que sobreviven cuentistas como los que describía Bosch, verdaderos artífices
del género, quizás con la diferencia de que en ellos puede entroncar el “hombre
que divaga” y el “hombre de acción”, mezclarse la mirada estática y la
naturaleza activa, y provocar verdaderos “retardos” narrativos –aplicando el concepto duchampiano al combate de un solo round de Bosch–, como sucede con la narrativa de Fernández Pequeño.
En ese
aliento largo, ese regodeo prosístico, y no tanto en su “naturaleza activa”,
reside el encanto de El arma secreta.
Microcosmos en píldora, novelas bonsái, con gran dominio de la primera persona,
la tradicional narrativa confesional, homodiegética, a menudo alternada con un
narrador omnisciente, que le permite complementar con solidez los puntos de
vista narrativos, Pequeño es de esos autores que saben que la forma es el arte,
que todo consiste en la “manera” de contar, en el dominio de las técnicas
narrativas y la verosimilitud literaria creada por el dominio de la voz de sus
personajes y el contexto emocional. Es por eso que en este libro de relatos, el
lector avisado disfrutará la forma sobre la que riela la historia, las
muletillas de estilo, las divagaciones, la pausa reflexiva, tanto como la
trama, que a veces pareciera una excusa para ensayar la arquitectura
narrativa.
Debo
aclarar –como si de una declaración de conflicto de intereses se tratara– que Pequeño tuvo la “ocurrencia” de enviarme la reseña sobre su libro
escrita por Félix Luis Viera para cubaencuentro.com,
y que leí –aunque no suelo hacerlo– por disciplina y respeto a ambos. Eso, sin dudas,
habrá influido en este texto, que aunque no pretende dialogar con la reseña de
Viera, atiende a esas zonas en las que mi lectura difiere o matiza la suya. Dicho
esto, puedo adelantar que, a mi juicio, dos de los textos que aparentemente
rompen con la estructura de El arma secreta
–premiada por Ángela Hernández, Armando Almánzar y Efraim Castillo, importantes
cuentistas dominicanos– y que definitivamente podrían haber “sobrado”,
ofrecen las claves para entenderlo como volumen temático, como pasajes de una
milenaria odisea existencial, más que como un conjunto de cuentos unidos al
antojo.
Los
siete cuentos apretados en pinza entre “Los conquistadores” –un microrrelato cerrado como un poema, casi una prosa lírica– y “El arma secreta” –ficción histórica que intitula el volumen,
y que es mi cuento favorito–, aunque están condicionados de una
forma u otra por sucesos paranormales, o en todo caso inusuales –un ronquido que hipnotiza, como un toque de queda marcial, a todo un
barrio (“El arte de roncar”, pág. 13); un pregonero que se lanza a vender
condenado de antemano al fracaso (“Un cierto olor a escalofrío”, pág. 31); un pájaro azul y de garras
moradas que invade la casa caminando por las paredes (“Rebeliones”, pág. 49);
un niño cíclope, pequeño Polifemo de la infamia y la ceguera (“El cíclope”,
pág. 63); un tío perfeccionista que se diluye en sus propias lamentaciones (“Imperfecciones”,
pág. 79); un empresario obsesionado con su compañía que intenta averiguar el
misterio de unos extraños pasos en el apartamento de arriba y termina
reencontrándose con lo que verdaderamente importa en la vida (“Pongamos por
caso”, pág. 83); y las hipotéticas últimas horas de un profesor que sufre una
enfermedad letal (“El ombligo de María B”, pág. 99)– están, como nota Viera, afincados en la realidad: incorporan –y cito a Viera– “elementos de lo onírico o lo simbólico
o lo absurdo o lo paranormal; pero esto no obsta para que los relatos sean
clasificados, sin dudas, como eso que solemos llamar ‘realismo’”.2
Se
trata, sin embargo, de un realismo altamente metafórico. Estas historias pueden
interpretarse literal y traslaticiamente, al mismo tiempo, en esa conjunción de
realidad y suprarrealidad que contiene nuestro complejo mundo subjetivo, nuestras
a veces disfuncionales psiquis, aprovechándose de su móvil o su contexto
simbólico, para reflexionar sobre la existencia humana, su tránsito tenaz, sus
pequeñas rutinas. Atrapados, como decía,
en esas tenazas históricas que narran la expedición de Lucio Cornelio y su pírrica
conquista de Arkenia (que a mí se me antoja un anagrama de Karenia –en el amor, la conquista es siempre una derrota, toda la grandeza
queda generalmente en casa–), que será narrada muchos años después
por Ainerka (otro anagrama de Karenia: mujer y ciudad convergen en todas las
mitologías de la conquista), los siete cuentos restantes adquieren una unidad
temática precisamente por la inclusión de estos dos relatos que desentonan, estos
dos tigres albinos. Tratando de rizar el rizo, descubrir los caprichos de
inclusión, es que uno advierte que en todos estos relatos sus protagonistas
nunca logran lo que persiguen, no encuentran “el arma secreta”, pero ese componente
surrealista será el resorte que dispara el enfrentamiento con su propia
realidad, el gatillo que los obliga a interactuar con el mundo ordinario. También
todos estos cuentos reflexionan sobre batallas fútiles, empresas fallidas, seres
que intentan sobrevivir, revertir en un rapto cínico su papel de náufragos,
hombres “fuera de su lugar” (“El arma secreta”, pág. 144), que festejan
derrotas inexplicables (“Un cierto olor a escalofrío”), desesperados por el
fracaso, a punto de desaparecer (“Imperfecciones”), transformarse o morir.
Mi
segundo impulso, y casi definitivo, fue girar este texto hacia su indudable
valor antropológico y lingüístico. Pequeño es un ventrílocuo, y lo hace sin
esfuerzo, trasladando los registros de la oralidad, acomodando refranes,
jocosidades e inventivas domínico-cubanas, con una gracia comedida, que es verdaderamente
disfrutable por el lector. No son chistes, como sucede en mucha narrativa
caribeña, que lastran y disminuyen los textos, sino estocadas de humor aliviando
tensiones, dando disparos de gracia, mucho más contundentes que los reales, con
esa ocurrencia dominicana a la que Pequeño –santiaguero
por partida doble, de Cuba y de los Caballeros, y por ende dominicano de Cuba–, sabe tomarle el pulso bien, y que está en toda la historia de
Quisqueya, incluso en la más dramática, como cuando Antonio de la Maza remató a
Trujillo diciendo: “este guaraguao ya no come más pollos”.3 Choteo
que no es burla fácil sino agilidad mental, metáfora rústica, y que tiene uno
de sus mejores momentos cuando el viejo Pablo bromea con Osvaldo en “El ombligo
de María B” –uno de los relatos más complejos y redondos de este volumen– diciéndole: “—Pero venga acá, licenciado. ¡Ese pescaíto no sirve ni
pa’ carná!” (pág. 105).
Así que
Pequeño ha logrado lo que ya anunciaba en el exergo de Donoso que abre “A.M.”
(relato suyo ganador del concurso Casa de Teatro en 2001, en el que todavía se
nota cierto gateo cultural): que la simetría de su vida nazca de una raíz
propia más poderosa que su voluntad. Escritor duplicado, ha logrado que entronquen
las identidades del hombre bicultural, narrando historias y creando fascinantes
personajes que ya entran por derecho propio en la literatura dominicana de una
manera natural, que es para mí el mayor elogio que puede darse en el arte y la
literatura: la impresión de que lo sobrehumano se ha logrado con la simplicidad
de una vuelta de tuerca, que los titanes sudan por dentro. Y ya llegará el día
en que un despistado vendedor de colmado –doppelgänger de algún
impertinente vendedor de Home Depot, en la Cuba miamense, y que ha sido protagonista
de uno de esos cuentos que el autor de El
arma secreta quizás no escribirá–4 le
pregunte si es cubano, ¿verdad?, con la
seguridad suicida que da la simpleza, el aparente dominio de las realidades
maniqueas, antes de que Pequeño le responda: sí, ¿cómo lo supo? Cubano, cubano de Santiago de los Caballeros.
Notas
[1] Juan Bosch: Cuentos
escritos en el exilio. Santo Domingo, República Dominicana, Editora Alfa
& Omega, 1970.
[2] Félix Luis Viera: “El
arma secreta, de José M. Fernández Pequeño”, Cubaencuentro.com; Noviembre 17, 2014.
[3] Vicente Echerri: La última "fiesta del Chivo", el
ajusticiamiento de Rafael Trujillo. La Historia
Pendiente, Yahoo.
[4] José M. Fernández Pequeño: “El escritor híbrido y la lengua del
desconcierto”, conferencia leída el 6 de septiembre de 2014 en la
tertulia Letras de la Academia, actividad que organiza la escritora Ofelia
Berrido para la Academia Dominicana de la Lengua. http://tertulialetrasdelaacademia.blogspot.com/2014/09/elescritor-hibrido-y-la-lengua-del.html
Ilustración: Foto tomada por Maurice Sparks en el acto de presentación de El arma secreta, ocurrido el 5 de diciembre de 2014, en el Centro Cultural Español de Miami.
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Realmente una lectura indispensable para los que tomamos en serio este oficio.Ciertamente genial. Y yo soy dominicana de Santiago de los Caballeros. Un abrazo, amamos a los cubanos; son brillantez,
ResponderEliminarGracias, Eli. Ese del Cibao y Cuba es un amor viejo y profundo. Un abrazo.
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