Décima (y última) estampa mongólica
Fue lo mismo que si
hubiera encontrado el saco con los tarros de Bromelio dentro del armario, así
de contento me puse, y no me importaban los calambres en las piernas ni la
peste a rancio de la ropa que tenía encima. Entre las malas palabras que gritó
Nereyda esa tardecita, ninguna podía competir con lo que me había dicho la
primera vez «¡Con razón los mongos tienen esa fama!» Nada, por mucho que el
primo alardeara de su trabajo en la policía, no tenía manera de luchar contra
mi arma poderosa.
Y fue entonces, haciendo uno de sus cuentos, que el
primo mencionó la palabra. Si quitamos los episodios de las Aventuras, yo nada más se la había oído
antes a Delio-el-inyectador, y seguro fue por eso que imaginé a Luisito y el
Kinka en un cuarto tan oscuro como aquel armario, escondidos debajo de una
tonga de ropa, mientras Delio-el-inyectador los buscaba por todas partes con la
jeringuilla en la mano y gritando «¿Dónde están esos canallas?» No me miren así…
el primo y su cuento alardoso tuvieron la culpa por juntar a Luisito y el Kinka
con una palabra tan rara.
Cuando abrió la
puerta del armario y dijo que ya podía salir, Nereyda tenía ojos de sospecha y
me preguntó qué era lo que había oído. Lo que se dice oír, yo había oído muchas
cosas, pero mejor le contesté «¿Qué iba a oír si me estaba ahogando con toda la
ropa que me tiraste encima?» Y en seguida puse cara de estar molesto, a ver si
me prometía que ningún primo iría a visitarla ese fin de semana. Al final no lo
conseguí, aunque sí me dejó enjabonarle las nalgas en la ducha.
La noche fue más
incómoda que haber estado todo ese tiempo dentro del armario. A la hora de la
sopa no tenía hambre y a mamita le cogió con decir que me veía pálido. «Nada
más falta que te enfermes con las pruebas de nivel ahí mismito… Mejor le aviso
a Delio para que venga y te ponga unas vitaminas». Papito se molestó mucho, aunque no
estoy seguro de si fue porque no lograba estarme quieto o porque el equipo Cuba
perdía en el juego del televisor. «No sé cuándo acabarás por coger fundamento,
a tu edad yo trabajaba». Todavía a la hora de dormir los dos discutían con el
abuelo, emperrado en que yo debía de andar con muchachos de mi edad. «Vaya el
diablo a saber lo que aprende con el mala cabeza de su tío Eusebio y en la casa
de la mujercita esa».
Casi no dormí.
Cuando no era que los pedazos de música del cabaret venían a pincharme, un
coche pasaba a todo meter estremeciendo la calle, o el escobillón del
barrendero hacía un ruido feo al empujar el agua de los bordillos,
frrru-frrru-frrru-frrru… Bueno, si hasta los pitazos del tren de Contramaestre sonaron
medio ácidos esa madrugada. Soñé que Delio-el-inyectador, así mismo de viejo y
con su pierna más corta que la otra, era Batman y lo habían encerrado en mi
cuarto. Él se tiraba contra las paredes tratando de escapar, vaya usted a saber
por qué no usaba la salida, que ni puerta tenía, o por qué yo no se la enseñaba,
pero el caso es que Batman seguía ahí, empeñado en meterle la cabeza a las
paredes y gritando «¿Dónde están esos canallas?»… «¿Dónde están esos canallas?»
Cuatro carros de
patrulla se llevaron a Luisito y el Kinka por la mañana, un poquito antes de las nueve. Fue
tanto el barullo y la alteración de la gente en el barrio que a muy pocos se les ocurrió asombrarse por el regreso de Bromelio Saco’etarro. Estaba igualito,
como si viniera de sacar los mandados de la bodega y no de estar en la cárcel
todo ese tiempo, así que lo único interesante fueron los brincos que daban las
nalgas de Nereyda debajo de la bata de casa cuando salió corriendo a recibirlo.
Yo no les perdía pie ni pisada mientras trataba de explicarle a Yoyi que nunca
había oído a los muchachos hablar de algún plan para irse clandestinos del
país, y vi cómo Nereyda nos hacía señas de lo más emocionada para que
saludáramos a Bromelio.
Como tío Eusebio estaba
al recogerme para ir al río, me puse a desenterrar las lombrices en el patio, y
desde allí oí a mamita que le decía al abuelo «¿Usted ve, papá, por qué no
queríamos que el muchacho siguiera juntándose con esa gente?» Las lombrices son
difíciles de agarrar a veces, mucho más si no ha llovido y los terrones se ponen
duros. Luchando para sacarlas sin que se partieran, imaginé lo que estaría
diciendo la gente del barrio allá afuera si en ese momento hablaran de mí, o
si Nereyda un día hubiera salido corriendo delante de todo el mundo para
abrazarme, o si la noche anterior yo hubiera ido cruzando de patio en patio
hasta la casa de Luisito y el Kinka para avisarles que la policía iba a
llevárselos presos por la mañana.
Pero fue un
momentico y pasó enseguida. A fin de cuentas, yo era el mongo nada más.
Ilustración: Margarita García Alonso, El héroe. Creación virtual, formato A4.
Segunda estampa mongólica: El héroe
Tercera estampa mongólica: El encuentro
Cuarta estampa mongólica: El sueño
Me gusta mucho su forma criolla de narrar. Sus estampas son deliciosas. La mejor arma para morir a gusto.
ResponderEliminarGracias, Teresa, pero eso debemos de agradecérselo al mongo, que me prestó la perspectiva. Él es el verdadero héroe.
ResponderEliminarQué buena pintura lucen estas Estampas.
ResponderEliminarGracias Fernández Pequeño por hacerlas llegar. Abrazo
Deliciosa lectura Maestro. Gracias por compartirlas!
ResponderEliminarHe pasado un rato estupendo. Su escritura es divina.
ResponderEliminarSaludos desde Londres.
Gracias, coterráneo londinense. Ya sabe, cuando quiera. Aquí el café está siempre servido y la conversación la entendemos como un abrazo con palabras.
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