Como los virus y los gérmenes, las
enfermedades sociales también evolucionan; mutan para hacerse resistentes a la acción
de las instituciones que deben ejecutar en la sociedad una vigilancia parecida
a la que realiza el sistema inmunológico en nuestros organismos; se hacen invulnerables
a las leyes y rebrotan con otros síntomas y otras maneras de expandirse, aunque
lamentablemente con iguales y hasta peores consecuencias.
Hablar de dictaduras hace treinta años en América
Latina presuponía la usurpación del poder mediante el uso de una fuerza militar
y, por lo general, con el apoyo de una potencia extranjera, fórmula violenta a
través de la cual era posible ignorar la voluntad de la mayoría con el pretexto
de salvaguardar los destinos de la patria frente a algún enemigo supuestamente
terrible. Variantes más o variantes menos, tal fórmula de corte golpista
concita hoy en nuestros países un rechazo bastante sólido, lo que se ha visto beneficiado
por un descenso en la impunidad con que las potencias (tanto nuestro imperio
continental como aquellos situados más lejos) impusieron su voluntad hasta la
segunda mitad del siglo XX.
Pero el gesto dictatorial dista mucho de
haber sido derrotado. Acaso si ha cambiado sus formas de operar y se ha vuelto,
si cabe, más dañino por ser también más hábil y difícil de combatir. Si dejamos
de lado el caso de Cuba, cuyas especificidades pertenecen a una época clausurada
en casi todo el hemisferio, los aspirantes contemporáneos a dictadores latinoamericanos
buscan el pretexto de la mayoría para adueñarse del poder e irlo haciendo lo más
absoluto que permitan las circunstancias. Esto representa un reto para las
endebles democracias nuestras, que se ven combatidas con el mismo argumento que
ellas emplean para definirse: ser un resultado de la voluntad mayoritaria de la
población.
Si fuera algo excepcional, no habría por
qué preocuparse. Pero la aparición de estos nuevos hombres (y ahora también
mujeres) “fuertes” se ha vuelto algo frecuente entre nosotros. Aunque cada caso
asume sus peculiaridades, en lo visto hasta el momento creo posible identificar
dos modelos centrales de actuación.
El primero se funda en la aparición de una
figura que aprovecha las desigualdades y las insatisfacciones sembradas por el liberalismo
extremo y los abusos elitistas para capitalizar las ansias de justicia social a
través del populismo. Es, por lo general, una fórmula que nace o se sustenta en
las antiguas izquierdas políticas, concita el fanatismo al convertir su
propuesta en una causa ideológica y trae dos consecuencias nefastas: la
polarización de la sociedad en torno a posturas irreconciliables, que se
resuelven en violencia, y la hipoteca del futuro, al destinar los recursos no a
generar un desarrollo duradero, sino a entregar beneficios puntuales a los más
pobres que, mayoría al fin y al cabo, aportan un voto difícil de derrotar.
El segundo modelo proviene de la derecha
política y plantea muchas semejanzas con las
formas en que operan las mafias. Aprovecha también la insatisfacción
generalizada, pero su centro no está situado en la confrontación ideológica,
sino todo lo contrario, en una banalización de las oposiciones y las
perspectivas divergentes a través de la compra de voluntades, el
enriquecimiento de grupos diversos, las dádivas clientelistas y, en el caso de
los más pobres, el ejercicio institucionalizado de la mendicidad. Este modelo
tiene también su sueño para vender, cómo no. Es la promesa del desarrollo como una
caricatura primermundista y del progreso basado en el privilegio implacable del
consumo.
Aunque cada caso presenta sus peculiaridades,
como ya se dijo, y hay no pocos préstamos entre uno y otro, ambos modelos
conducen a un mismo resultado: la construcción de una figura principesca y
mesiánica, que afirma su personalismo sobre una cohorte de incondicionales
aprovechados. De este modo, los destinos de los países quedan atados a la
voluntad de un iluminado cuyo discurso no solo da por sentada la incapacidad de
la sociedad para valerse por sí misma, sino que además asesina la alternancia
de perspectivas diferentes, única forma de aspirar a una madurez política
colectiva.
Claro, en países sanos, con instituciones
fuertes y sistemas legales independientes, es más difícil que estas formas
dictatoriales hagan su letal metástasis. Pero, mientras esa no sea la realidad que
vive la mayor parte de América Latina, deberíamos al menos ir cuestionando los
viejos criterios acerca de la democracia, esos que se basan exclusivamente en
la convocatoria a elecciones periódicas y la voluntad de una mayoría frente a
la cual la pregunta no debería de ser cuánto
sino cómo.
P.S. Pensé ahorrarles una última mala noticia, pero es
imposible. Resulta que la inevitable crisis del segundo modelo, mafioso y
corrupto, puede crear condiciones de descreimiento colectivo que potencien el discurso
populista esencial en el primer modelo y la aparición de una figura hábil,
capaz de capitalizar las circunstancias a su favor. No fue otra cosa lo que
sucedió en Venezuela hace más de una década… y hasta el sol de hoy.
Las mutaciones de la sociedad latinoamericana y sus dictadores son imprevisibles. Lo mismo que el caciquismo en España. Me estoy leyendo un libro de Alfonso Camín, olvidado escritor asturiano exiliado en Cuba y México, "España a hierro y fuego" recién reeditado por en México que es admirable. De estos polvos son aquellos lodos, como dice el refrán. Un saludo. Alberto Lauro
ResponderEliminarEse es el profe!! Oiga queria preguntarle como se llama el libro que escribió sobre los piropos, quiero una copia.
ResponderEliminarAlberto, Camín merecía una investigación acerca de su estancia en Cuba. Daniel, no es un libro. Es un ensayo bastante largo que está en un libro que INTEC me publicó en 2005 o 2006 si no recuerdo mal. El libro se llama La mirada en el camino y trae textos sobre los piropos, los cuentos de relajo y otra balsa de vainas más.
ResponderEliminarSe me hizo tarde y hoy fue cuando leí lo de las dictaduras, como ya mis neuronas, por sus cojones, entraron en vacaciones -lo que me obliga a andar por ahí con el piloto automático-, te debo un comentario, así que cuando ellas regresen, si es que se acuerdan, te diré, con argumentos, lo mucho que me gustó eso que escribiste de las dictaduras... Un abrazo.
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