“Hacer un buen edificio
para que lo roan las ratas”, así se quejaba el poeta cubano Regino Boti al
intelectual dominicano Max Henríquez Ureña tras la publicación de su poemario Arabescos mentales, en 1913, hace
exactamente un siglo. Y no le faltaba razón. Apedreado por la mediocridad
intelectual de la época y negado a vender su libro de puerta en puerta, el poeta
de Guantánamo terminó por guardarlo en un armario. Setenta y un años después
allí sobrevivía una cantidad apreciable de aquella primera edición que no solo
ayudó a establecer el postmodernismo en Cuba, sino que también constituyó la
más contundente declaración que hasta ese momento se hubiera dado en la isla
caribeña acerca de la poesía como oficio, distanciada de la inspiración emotiva,
el pasatiempo chic o la leve efusión patriótica.
Conocí a Regino E.
Boti en 1984, veintiséis años después de su muerte, cuando Florentina Boti, su
hija, me invitó a trabajar en el archivo de este para organizar su epistolario,
mayormente inédito por entonces. Y cuando digo que lo conocí, hablo en términos
absolutamente rectos. Recorrer a diario la descomunal papelería reunida por el
poeta en su bellísima casa de madera y tejas, leer todos aquellos documentos, terminó
por hacerme sentir que el propio poeta llegaba cada mañana para compartir un
café y sumarse a un diálogo en el que literatura y vida se entreveraban sin que
a nadie le interesara establecer fronteras.
Allí pude palpar como
nunca hasta ese instante la auténtica tensión de la escritura, la tozudez
perfeccionista a la que está obligado el escritor que respeta su trabajo.
Alguien debería ocuparse alguna vez de hacer la edición crítica de Arabescos mentales a través de un apasionante ejercicio detectivesco que
rastreara en su epistolario (sobre todo en el Boti-Poveda y las Cartas a
los orientales) cómo Regino Boti fue rehaciendo obsesivamente cada poema verso
por verso, palabra por palabra, sonido por sonido, acento por acento. Un
material así sería más útil para los aprendices de poetas que todos los
talleres literarios habidos o por haber.
En las penumbras cálidas
del archivo Boti, pronto comprendí que su vida, su pensamiento y su obra se habían
fundado sobre una percepción profundamente dialéctica del tiempo, razón por la
cual todo cuanto hizo posee un impresionante sentido de
posteridad. Reconoció con penetración ejemplar el estado de la poesía en la
Cuba recién llegada al siglo XX y planificó la renovación postmodernista como
un general diseña sus estrategias para la batalla. Sabía que no sería
comprendido en su momento, pero también estaba seguro de que el paso de los
años terminaría por darle la razón, y fue juntando en su archivo cada papel que
consideró importante con el detallismo de quien apresta las pistas necesarias
para los investigadores que vendrían en algún futuro impreciso. Creó su
literatura y evaluó la ajena bajo la firme convicción de que el discurso
literario evoluciona a partir de una intensa lógica interna y que los cambios
en el canon responden más a una evolución inmanente, expresada en el
agotamiento de las formas poéticas, que por influencias externas provenientes
del contexto social.
Ese vivir el
presente a través de una continua percepción del después hizo que Regino Boti
identificara en el tiempo a su real contendor. Su trabajo literario fue (es)
eso: Un pulso sin tregua con el tiempo en la variante más terrible, el de
provincias, siempre lento y olvidadizo. Y lo afirmo con el orgullo de ser provinciano
por origen y convicción.
Poco después de
1930, Regino Boti decidió retirarse de la vida pública. Siguió trabajando con
denuedo en su casa de madera y tejas porque estaba convencido de que la vida no
le alcanzaría para ponerse a salvo del tiempo y sus ferocidades. Y así ha sido.
Aunque Florentina Boti, su albacea, estructuró con precisión la forma en que
debía publicarse todo el epistolario de su padre, no solo murió sin terminar la
obra, sino que tampoco alcanzó a ver en funciones el Centro de Investigaciones
Literarias Regino Boti, que se había comenzado a diseñar bajo su dirección en
el patio de la casa a fines de los ochenta y vino a inaugurarse en 2007, cuando
Regino Rodríguez Boti, su hijo, ya había tomado el relevo en la titánica tarea de
poner el archivo de su abuelo al alcance de los lectores.
Claro que ha habido
en Cuba varios homenajes por el centenario de Arabescos mentales, mientras la antes hermosa casa de madera y
tejas en que vivió el poeta amenaza con colapsar. Apenas ayer recibí este
mensaje de su nieto: “La casa está aún peor. El
abandono y la indiferencia oficial son galopantes. Y eso que, desde diciembre
de 2010, es el único Monumento Nacional que existe en la ciudad de Guantánamo”.
Acalladas las fanfarrias del homenaje de turno y a la vista del estado en que
se encuentra la biblioteca donde por años fue armando su portentoso archivo, no
es difícil escuchar la voz de Regino que, como un susurro doloroso, repite: “Hacer un buen edificio para que lo roan las
ratas”.
Foto al inicio: En la casa de Regino Boti, diciembre de 1997. De izquierda a
derecha: Sentados, Ana Boti Melián, Florentina Boti
León, José Regino Boti Melián (en brazos), Ana Ivis Melián Hechavarría,
Josefina Villalón y Lourdes Porte. De pie, Rafael Ferro, el autor de este texto,
Lázaro Jarrosay, Regino Rodríguez Boti y Ángel Laborde.
Foto al final: Estado en que se encuentra la biblioteca de Regino Boti.
Gracias estimado, gracias por este: Regino Boti y las ferocidades del tiempo. Abrazo
ResponderEliminarA ti, Rafa.
ResponderEliminarLa blogosfera es el unico lugar (virtual) donde uno se encuentra maravillas cual si caminara por una playa que hasta entonces se creia desierta. Muchas gracias. Me encanta tu blog, voz y estilo.
ResponderEliminarSaludos desde Londres.
Yo, y muchos, te agradecemos, Pequeño, este gran homenaje a Boti y sus Arabescos mentales...
ResponderEliminartu amigo, víctor hugo, de guantánamo...
Excelente!
ResponderEliminarGracias.
EliminarGracias, de alguna manera también somos él.
ResponderEliminarAsí es, Garrido. Y lo peor: cuando se da de otra forma, es porque algo se hizo mal.
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