Che vivía cerca de casa y, como
casi todas las personas interesantes, tenía una apariencia anodina. Caminaba
por las calles de Bayamo arrastrando una pierna (no recuerdo si la derecha o la
izquierda) y con el brazo del mismo lado encogido contra el pecho. Era muy
flaco y nervudo, no demasiado alto, y desandaba todo el pueblo mirando hacia el
piso, murmurando para sí mismo. Había en su ensimismamiento, en su capacidad
para aislarse entre la gente, un detalle suavemente incógnito. Pero entonces no
pensábamos en eso, no había tiempo. Veíamos a Che como el misterio que no
exigía distancia ni respeto, y eso significaba mucho en un país invadido de
héroes gloriosos a los que debíamos imitar sin más preguntas.
En fin, Che era algo así como un
genio al alcance de la mano. Sobre él, de presencia tan liviana, se tejían
varias historias. Dos de ellas merecen ser citadas. Según una, había sido un
estudiante de medicina brillante, una real lumbrera que se perturbó de tanto
estudiar. La otra también hablaba de alguien dedicado al estudio pero que,
además, había sido un pitcher de recta candente, al que un mal pelotazo en la
cabeza frustró un brillante futuro científico. Nuestros padres preferían la
segunda historia, y solían esgrimirla como ejemplo de cuán peligrosa era
aquella propensión nuestra a pasarnos el santo el día jugando pelota. Para
nosotros, por el contrario, nada era tan adecuado como la primera historia, que
nos permitía recordar a nuestros padres lo dañino que podía ser el demasiado
estudio. Ahí estaba Che, el loco manso, para probarlo.
El ritual callejero en torno a
Che resultaba simple. La gente lo detenía para preguntarle cualquier cosa (¿por
qué las nubes se mueven?, ¿cuál es la fórmula del café?, ¿cómo se define la
peste a grajo?) y él, con la mayor amabilidad, se largaba una pormenorizada,
muy seria y “científica” explicación en la que mezclaba datos provenientes de
cuanta fuente validatoria (filosófica, matemática, religiosa, etc.) existiera o
pudiese ser inventada. Al final, nosotros reíamos y Che continuaba su camino en
paz. A fin de cuentas, parecía un intercambio en el que todos ganábamos:
nosotros nos divertíamos y Che pagaba una suerte de peaje social que le
garantizaba su equilibrada inserción dentro del grupo. Eso creí durante mucho
tiempo, y probablemente así seguiría pensando de no haber existido aquel
asfixiante mediodía de verano en que yo regresaba de la escuela y lo encontré
en la calle Lora.
Fue justo entre Zenea y 26 de
Julio. Como era habitual, no dudé en detenerlo con una pregunta que ya le había
hecho varias veces antes y siempre había obtenido una respuesta diferente,
aunque igual de disparatada: “Che, ¿por dónde le entra el agua al coco?” Él me
miró en medio de aquel calor que derretía hasta los pensamientos, casi seguro
tan atenazado como yo por un hambre demoledora, y respondió: “¿Usted es idiota?
¿Por dónde va a ser? ¡Por los vasos capilares!” Y siguió su camino murmurando.
Al principio quedé sorprendido.
Más tarde me divirtió su manera brusca de romper lo que hasta ese momento había
sido un pacto social inviolable. Al fin y al cabo, también la paciencia de Che
tenía un límite. Pero con los años me ha ido creciendo la duda de si ese día
Che no quiso enviar un mensaje a través de mí, si no me estaba eligiendo para
dejarnos el inquietante testimonio de
que en realidad aquellas disparatadas explicaciones suyas eran una puesta en
escena, nada más una estrategia para agarrarnos de pendejos y burlarse de
nuestra crédula cordura. No sé, la verdad; a estas alturas no estoy seguro de
quién hacía el papel de loco manso: si él o nosotros.
Cariño, por mucho que intento, no lo recuerdo. Lo confundo con otro que sus padres vivian cerca de la casa, Y tú y yo no vivíamos tan lejos. De todos modos, me parece genial la respuesta que te da y la conclusión final de tu escrito.
ResponderEliminarY por lo otro, que pregunta Ernesto, son validadas las suposiciones, cada quien lee lo que quiere; es lo bello de la literatura. Un abrazo gordo y mi amor para ti y toda la familia.
Aprovecho para saludar a Hiram.
zoe
Jajajaja todo barrio tiene su loco manso Que es loco porque estudio mucho o por una frustrada carrera de pelota o algo por estilo.
ResponderEliminaryo creo que ese personaje era guingue,por 26 de Julio y figueredo
ResponderEliminarNo, de momento me confundiste pero Guingue era otro. Muy flaco también y siempre estaba apestoso. Guingue solía ser pacífico, pero si le decían Caballo loco, ciertamente enloquecía. Igual me recuerdo jugando pelota con Guingue viendo, tanto en los elevados, como en la escuela de las monjas. Che era otro y estaba medio lisiado de un lado. Son dos personas distintas.
ResponderEliminarMuy buenoooo!!!!!!!!!!!!!!!!!!
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