El 9 de octubre
de 1919 la poetisa cubana María Luisa Milanés (1893-1919) se disparó un balazo
en su hogar de Bayamo. Murió tres días después en Santiago de Cuba, adonde fue
trasladada de urgencia. Hoy sus restos descansan en el cementerio bayamés, bajo
una áspera piedra, como pidió ella en el epitafio que usted puede leer al final de este texto. Al momento de morir tenía 26 años.
Fueron muchos quienes
la ayudaron a tirar del gatillo que detuvo su juventud. Hija de Luis A.Milanés, Luisillo, que había
terminado la guerra de 1895 con grados de general, encontró en su padre la más
exacta representación de la moral machista y recalcitrante, para la cual las
manifestaciones del espíritu eran debilidades inaceptables. Casó contra la
voluntad de su familia con Ramón Fajardo Gamboa para vivir siete años de
incomprensiones y sufrimientos. Notablemente inteligente y educada para una
mujer cubana de su época, debió constreñirse al medio inculto y mostrenco en que
se había convertido Bayamo tras los fulgores vividos a mediados del siglo XIX. De
carácter fuerte y pensamiento propio, no podía sino ser víctima predilecta de
los chismes y las comidillas pueblerinas. Miembro de una burguesía tan rica
como pacata, tampoco le alcanzaron las fuerzas para romper con todo y usó la
literatura como un medio de escape y de dolorosa expresión.
Tras morir
María Luisa, sus papeles tuvieron un destino igual de desafortunado. Ella misma
confiesa haber quemado mucho de su obra. Del resto, una parte quedó en manos de su padre, quien eliminó
no pocas de las obras que, en su opinión de campesino-general-cacique político,
podían ser atentatorias contra la “moral de la familia”. Juan Francisco Sariol,
que dedicó a la poetisa un número de su revista Orto en 1920, cuenta en un texto espeluznante su reunión con los
padres de María Luisa a fin de solicitarles textos para ese número monográfico.
Luisillo sacaba un poema, lo leía y, si le parecía que no era conveniente, lo
rompía. En caso de que Sariol hiciera algún instintivo gesto de protesta, el
General tocaba el revólver que mantenía al alcance de su mano. Finalmente, otra
pequeña parte de los papeles de la poetisa suicida quedó en manos de diversas
personas más o menos cercanas a ella.
Antes de morir,
María Luisa Milanés apenas había dado a conocer algunos versos en publicaciones
periódicas, oculta tras el seudónimo Liana de Lux. Esto, más lo publicado por
Sariol, dejaba poco margen a la valoración literaria, así que comentaristas con
diversos grados de imaginación y sensibilidad fueron modelando durante décadas –y también con fortuna dispareja– imágenes en torno a su figura que, o bien cargan la
tinta sobre el melodrama, o bien responden al discurso populista y
sociologizante del sistema político que gobierna en Cuba desde 1959. Ha sido
vista como la suicida ardorosa y romántica cuyo final permite comparación con
otras escritoras latinoamericanas sufrientes
y suicidas –AlfonsinaStorni, et. al.–; como pionera del feminismo en la isla, a partir
de su inconclusa “Autobiografía”, considerada por varios el primer manifiesto
de esa corriente ideológica en el país; como una metáfora de la sociedad
decadente en que le tocó vivir; como un alma desajustada y rebelde; incluso –en el peor de los casos–, como una luchadora social que llegó
a expresar “el sentir popular”.
Lo cierto es
que María Luisa Milanés fue una escritora dolorosa, impulsiva y aislada, que
apenas se reunía para hablar de literatura con un pequeñísimo grupo de
allegados, ninguno de ellos intelectuales de relevancia en el oriente cubano, a
excepción de Sariol. Que se sepa, no participó en acciones culturales o
sociales de algún rango ni perteneció a grupos o tendencias, lo que resulta aún
más notable porque su etapa más fecunda –entre 1910 y 1919– coincide con
la instauración de la revolución neo-modernista en Cuba, que tuvo su centro en
la provincia de Oriente, y cuyos núcleos fundamentales se reconocían en
Guantánamo, Santiago de Cuba y Manzanillo, es decir, en un entorno próximo a la
poetisa bayamesa. Si hemos de reconocer la intensidad con que María Luisa se
entregó a la creación literaria, también es importante dejar por sentado que
nunca realizó labor propiamente intelectual; si hemos de reconocer la lucidez de
su pensamiento sobre la situación de la mujer en la época, también debemos
dejar claro que ese pensamiento no cuajó nunca en activismo.
La poesía de
María Luisa Milanés es todo lo desigual e impulsiva que cabe esperar en quien
vivió apenas 26 años atrapada por un medio y una circunstancia como las suyas. Tras
décadas de infatigable labor, el escritor e investigador cubano AlbertoRocasolano ha logrado reunir la producción de la poetisa en un volumen
apreciable donde aparece lo recogido por Sariol, otros textos que quedaron
dispersos aquí y allá, más una buena cantidad de obras encontradas en el
archivo de Max Henríquez Ureña, el intelectual dominicano al que tanto debe la
cultura literaria cubana. Lo deseable es que Cuando la muerte deja de ser silencio (2011), el volumen compilado
por Rocasolano, estimule la valoración del trabajo creador de María Luisa
Milanés a partir de criterios diversos, pero también objetivos y fundamentados.
Sesenta y tres
años después del suicidio de la poetisa bayamesa, en 1982, logramos entrevistar
a quien fuera su esposo y la persona que estuvo más cerca de ella en el momento
de apretar el gatillo, Ramón Fajardo Gamboa. Fue una entrevista difícil. Aunque
lúcido, tenía más de noventa años y conocía muy bien los juicios –nada halagüeños para él– que el paso del tiempo había consagrado en torno al
final de la poetisa. Fajardo nunca había querido hablar al respecto y, si esa
entrevista se produjo, fue por la insistencia de su nieto, el investigador y
periodista Ramón Fajardo Estrada, en compañía del cual por aquellos años había
planeado yo desarrollar una investigación sobre María Luisa Milanés que el
tiempo pospuso, al parecer indefinidamente. Lo que sigue es un fragmento de
aquella entrevista, que ha permanecido inédita hasta el día de hoy.
¿Cómo era María
Luisa? ¿Cómo la recuerda usted?
Ramón Fajardo
Gamboa: Era una mujer muy preparada y un carácter
aparentemente apacible, aunque enérgico. Tenía la misma voluntad del padre,
exclusiva, única, fuerte, pero al mismo tiempo era muy educada y complaciente.
Siempre estaba escribiendo en unas libretas. Ella solía reunirse con Joaquín
Leocadio Vélez, el Dr. Enrique Fernández Pérez, América Betancourt y Gloria de
la Encarnación Borges. Lo hacían todos los días en el comedor de la casa, que
daba a la calle a través de una ventana. Además de escribir, a María Luisa le
gustaba mucho la repostería. Tenía un libro de cocina con todas sus recetas. Y
otra cosa que le encantaba era hacer flores. Eran su delirio. Nunca trabajó
fuera de su casa.
María Luisa era una
mujer de ideas avanzadas para su tiempo. ¿Le creó eso problemas con la sociedad
bayamesa?
R.F.G.: No, nunca. Era muy católica. Bueno, fue educada en
colegio de monjas.
Cuéntenos lo que
ocurrió el día de su suicidio…
R.F.G.: La situación entre María Luisa y yo se había puesto muy
tirante y acordamos divorciarnos. Ella quería irse al extranjero y yo me opuse.
Le dije que le concedía el divorcio con la condición de que regresara a la casa
de su padre. Y, desde ahí, que cogiera el rumbo que quisiera. Entonces ella le
escribió una carta a su padre pidiéndole reingresar a su casa. Esa carta yo la
rompí o la boté en algún momento. Luisillo contestó que, efectivamente, en todo
momento la suya era también la casa de María Luisa y ella podía volver cuando
quisiera, pero que jamás volvería a tener el cariño y el amor de su padre.
María Luisa era una mujer muy digna y tenía mucho carácter, así que decidió
suicidarse porque se sintió desamparada, se le unió el cielo y la tierra. Así
me lo decía en la carta que dejó escrita al momento de suicidarse. Decía: “Tomo
esta determinación porque mi querido Kaiser ha dicho la última palabra”.
Ese día yo estaba trabajando en la oficina del
censo y María Luisa me envió un papelito con una jamaiquina que teníamos de
cocinera en la casa. Decía que cuando aquella nota llegara a mis manos, ya ella
se habría suicidado porque no podía soportar la decisión de su padre. En eso
llegó Joaquín Tristá, un cuñado mío, y le dije: “Mira, vamos, que yo conozco a
María Luisa y sé que se suicida de verdad. Vamos a ver si llegamos a tiempo”.
Pasaba un coche, lo paramos, nos montamos, y cuando llegamos a la casa, en el
momento que ella sintió el ruido de mi llave en la cerradura de la puerta, se
disparó. Fue una detonación terrible.
Se había disparado al pecho con un revólver que
pertenecía a Baire Llópiz, hijo de Luisillo Milanés y por tanto hermano de
María Luisa. Pero, como es natural en esos casos, el revólver varió. Era un
treinta y ocho de cañón largo, así que el disparo descendió un poco y no dio en
el corazón, sino más abajo. Ahí vino la hemorragia interior, la peritonitis… De
eso murió. La trasladaron a Santiago de Cuba, solo que no recuerdo si fue en
tren o en auto. En Santiago estuvo María Luisa grave como cuatro o cinco días, hasta
que murió y se decidió enterrarla allá mismo pues de allá eran los familiares
de doña María, su madre. Yo nunca los conocí de cerca. El único de ellos con el
que tuve alguna amistad fue con el Dr. Francisco Chávez Milanés. Doña María fue
para Santiago y allí vivió la agonía de su hija. Luisillo no compareció en
nada. Con ese carácter rebelde de él… nada, nada, nada.
Foto: Karenia
Guillarón
Epitafio
Quiero una piedra blanca y no pulida
Sobre la tierra que mis huesos cubra,
Sin cruz, que una muy grande arrastré en vida.
No quiero que ninguno se descubra
Al detenerse ante la tumba oscura
De quien murió de angustias y amargura.
Ni un nombre, ni una fecha, ni unas flores
Quiero sobre la piedra, ni oraciones,
Ni llantos ni recuerdos; mis amores
Que olviden, y también mis aflicciones,
Los que en la vida vieron en voltario
Giro mis pasos por la senda umbría…
¡Silencio y paz para la tumba mía!
¡Por lo menos allí ni un comentario!
María Luisa Milanés
María Luisa Milanés
Saludos, de vez en cuando entro a tu blog verdaderamente me entretengo con tus historias de cuba. la cual te felicito..
ResponderEliminarPara ser sincero no conozco a María Luisa Milanés, ni sus obras.. Desde hoy te prometo que voy averiguar de este personaje y leer alguna de sus obras.
Abrazos Sinceros...
Gracias, Juan Carlos. En los enlaces que le puse al texto hay dos que direccionan hacia sitios donde podrás encontrar otros textos suyos.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarPqueño, me ha encantado tu blog. Yo he escrito una obra de teatro sobre María Luisa, porque para mi ella resulta un ser apasionante, esta mirada desde Ramón es interesantísima, y aunque no varia mucho mi opinión me hubiese gustado haberla tenido antes.
ResponderEliminarun abrazo
Conozco tu trabajo y tu preocupación por María Luisa y lo creo de la mayor importancia. María Luisa ha sido asesinada muchas veces y de muchos modos: Por quienes han explotado melodramáticamente su suicidio, por quienes la han idealizado sin compasión, por quienes la han usado como la heroína social que no fue. En fin, se necesita colocarla donde va, mirarla como el ser humano que fue, extraña combinación de fortalezas y debilidades. Gracias, Cuza. Un abrazo.
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ResponderEliminarMi bisabuela Raquel Fernandez fue amiga de la infancia de Maria Luisa. Sé q conoció todo esto porque tuvieron mucha intimidad. Mi bisabuela era excelente en reposteria, quizás intercamviaron recetas. Tambien escribía poemas
ResponderEliminarExiste un abanico q fue regalo de Maria Luisa.