Octava estampa mongólica
Los profesores nos esperaban en la entrada de la
escuela para llevarnos directo a las aulas del segundo piso. Aunque no nos
dejaron sentar en los lugares de siempre, igual la palabra cartel se filtró flotando entre las filas, sin necesidad de una
boca que la pronunciara. Me acuerdo que fue un jueves.
Militares, nada más había dos. Entraron al aula
detrás de la Directora y el profe Casimiro, recogieron nuestras maletas, y se
las llevaron en el carrito que servía para cargar los libros de la biblioteca.
Hasta ahí todo era respirar cada quien por su lado, pero entonces trajeron a
Luisito y el Kinka, que habían dejado de ir a clases hacía meses. El bedel los
sentó en el fondo del aula, bien separados, y le dio una hoja de papel a cada
uno para que escribieran lo que él dictaba. «Es para comparar la letra»,
susurró Manzanillo a mi izquierda, y el profe Casimiro voceó desde el fondo «¡A
callar, gallinas!» Fue ahí que el susto picó.
Casi enseguida empezaron a intercambiarnos, a
llevarse a unos para traer a otros de grados distintos; más chiquitos pero más
grandes también. El primero en irse fue Manzanillo, y su espalda saliendo del
aula me sacó un latido en la garganta. Busqué por la ventana algo que sirviera
para mirarlo fijo, como decía el abuelo que debe hacerse cuando uno se siente
nervioso. Veneno estaba parado en el balcón de su casita, parecía un aura
tiñosa cogiendo sol, lo que era bien raro porque él nunca se asomaba de día,
así que mejor traje los ojos otra vez para dentro del aula.
En el extremo derecho habían sentado a Reinier.
Verlo mirarse las palmas de las manos con la atención de quien está leyendo
algo interesante cantidad, me tranquilizó. Una noche Alexis se salió con que
debía de ser bacán estudiar en una escuela que se llamaba igual que tú. Fue
cuando todavía los muchachos se reunían en el portal de Felito después de Nocturno, y ahí mismo arrancó la
discusión. «¿Serás sansibérico?», saltó Luisito, «¿tú no ves que los profesores
andan siempre pendientes de si el hijo del mártir da el ejemplo en todo?»
«Caballo, ¿te gustaría tener que encaramarte en la tarima cada vez que hay un
acto político en la escuela?», le preguntó el Kinka. Y viendo a Reinier mirarse
las palmas de las manos en el otro extremo del aula, volví a pensar que yo
tampoco estaría muy contento si una foto en la entrada de la escuela me
recordara todos los días a mi papito muerto.
En ese momento la Directora entró al aula con una
libreta abierta y se plantó delante del chino. «Casalí, ¿sus padres saben que
usted pierde el tiempo haciendo esto en la escuela?», le preguntó mientras nos
enseñaba el dibujo de cuatro tipos peludos que cruzaban por la cebra de una
calle. «Acompáñeme a la Dirección». Un poco después volvió a aparecer la
Directora en la puerta, aunque esa vez no entró. Llevaba en la mano un reloj
grueso y redondo colgando de un cordón. «Joseíto, venga a explicarnos qué hace
este cronómetro en su maleta». Y la cara que puso Joseíto-el-tejón-rabú me
recordó el disfraz de Llanero Solitario que Pepín le había dibujado a José
Martí en mi libro de Historia. Cuando al ratico el bedel asomó la cabeza en el
aula, las piernas me temblaban tanto que necesitó darme la orden como tres
veces para que yo ocupara mi lugar en la fila.
Los estudiantes casi no cabían en la biblioteca y
la Directora nos miraba de lo más sonreída. Felicitó a todos por la disciplina
con que habíamos realizado el simulacro y dijo que debíamos sentirnos
orgullosos de que nuestro plantel estuviera listo para repeler cualquier
agresión del enemigo. Dio las gracias a los dos compañeros del Ministerio por
su apoyo e informó que a partir de ese momento comenzarían los trabajos para
remozar la pintura en la primera planta, de modo que no habría clases hasta el
lunes. El «Afuera pueden recoger sus maletas» casi ni se escuchó por el
escándalo de los muchachos, y tampoco estoy seguro de si alguien en el molote
preguntó «¿Y el cartel entonces?»
Así, la noticia del lunes no fue que los talleres y
laboratorios tuvieran una peste insoportable a pintura fresca, eso ya se
esperaba, sino que a Reinier le habían dado una beca para continuar los
estudios en La Habana. «Por su ejemplar trayectoria», explicó la Directora en
el matutino. No me sorprendió. Siempre me había parecido que todo aquel
silencio de Reinier era por tristeza. Por tener que ir a una escuela que todos
los días le recordaba la muerte de su papito, no importa que hubiera sido
luchando por la patria.
Ilustración: Adagio, en dedicación a Armando Villamil (2000), de Natalio Puras
Penzo (APECO). Fotografía experimental, Colección Eduardo León Jimenes de Artes
Visuales, Centro León.
Natalio Puras Penzo (APECO) (1933-2010)
es uno de los grandes fotógrafos dominicanos. Ha dejado una obra
capital, sobre todo en géneros como el retrato y el autorretrato. Fue uno de los pioneros en República Dominicana del
performance y la fotografía experimental.
Anteriores:
Primera estampa mongólica: Bromelio
Segunda estampa mongólica: El héroe
Tercera estampa mongólica: El encuentro
Cuarta estampa mongólica: El sueño
Asere, lo tuyo con Manzanillo es ensañamiento desde la etapa escolar, so bayamés!
ResponderEliminarYo no, el mongo. Manzanillo era mi socio, además de pasador en el equipo de Voly. Por cierto, al Manzanillo de verdad lo vi hace tres o cuatro años, ¿y sabes dónde vive? ¡En Bayamo!
ResponderEliminarCreo que debes copilar esas estampas mongólicas en un libro.
ResponderEliminarAzuquita, usted reúne las cualidades óptimas para ser el consejero ideal: Inteligente, amigo, buena persona. Ahora ando por el momento más difícil (el escritor siempre cree que el momento en que está es el más difícil): terminar la serie. Porque algo sé desde el principio: Serán diez estampas. Y si en algún lugar me gustaría publicar ese potencial "libro", es el Bayamo. Un abrazo.
ResponderEliminarBien tus estampas, hermano. Desde el municipio de Nezahualcóyotl, estado de México, "el Ajolote" te saluda. Sigue compartiendo.
ResponderEliminarGracias. Vives en un municipio muy literario, donde deben reunirse a veces espíritus tan selectos como el de Rubén Darío. Un saludo.
ResponderEliminarA qué escuela te refieres en Bayamo
ResponderEliminar