Novena estampa mongólica
La bola de hierro se
balanceaba cogiendo impulso. Viéndola colgada del brazo de la grúa, más arriba
de los árboles, entendí bien a Nereyda cuando se rio la otra tardecita y dijo «¡Pareces
una grúa Kato!» El balanceo dio tiempo a que tío Eusebio se fumara medio
cigarro Vegueros, y cuando por fin el brazo de la grúa lanzó la bola contra el
edificio, todos en el parque estábamos esperando el acabose... Y no pasó casi
nada. Un golpe hueco y un suspirito de polvo que ni competir podía con el humo
que tío Eusebio soltó por la boca al comentar «Menos mal que el edificio se
estaba cayendo, porque si no…»
Lo dijo bajito,
mientras botaba la colilla en el cantero del parque, y si en ese momento
Armandito-cara-de-coco vino hasta el banco donde estábamos sentados, debió de
ser porque quería enseñarnos aquel mismo edificio que alumbraban los
reflectores, pero con puertas y ventanas y carros parqueados enfrente y gente
conversando en la acera y ninguna bola balanceándose para tumbarlo. En el hotel
de la foto estaba todavía el nombre escrito con letras blancas, y al lado el
cine anunciaba un montón de películas, todas con letras negras. «Me acuerdo de
ese día», dijo tío Eusebio. «Hicimos tremenda cola para ver Lo que el viento se llevó y yo me dormí
nada más empezar la película. Cuando desperté, la gente en el cine lloraba más
que el carajo, hasta el padre de este».
Esa noche en el
parque no hacía viento y el polvo que soltaba el edificio con cada golpe de la
bola atravesaba la luz de los reflectores convertido en gusanitos; eran tantos,
que si los miraba fijo hasta poner los ojos bizcos se volvían millones de
pececitos oscuros nadando entre dos bolas de hierro que se balanceaban, y
encima, dos lunas también redondas, aunque fijas. «Estamos jodidos», dijo
Armandito-cara-de-coco, «ya nada es como antes». Y tenía razón. Los cambios
llegaban de momento y lo dejaban a uno viendo musarañas. Antes mamita decía que
el tío Eusebio era un tarambana, y de pronto podía salir con él hasta de noche.
Antes nadie en la familia quería oír hablar de Nereyda, y de pronto papito me
mandaba a su casa para ayudarla por las tardecitas. Antes los muchachos andaban
siempre por el barrio, y de pronto se habían desperdigado, igualito que si una
bola como aquella le hubiera dado un janazo al grupo.
«Los americanos
caminan por la luna y nosotros aquí, comiendo polvo», gritó alguien mientras la
bola todavía cimbraba por el golpe al lado de la fachada, y con el grito se me
enderezaron los ojos. Fue una pena porque con la mirada bizca ya empezaba a ver
la luna como si fuera otra bola balanceándose, mientras que en el parque no
pasaba nada interesante. La gente seguía mirando hacia arriba sin hablar, la
espalda de Armandito-cara-de-coco se alejaba hacia la esquina de La Creación, y
los policías caminaban entre los grupos como si ya no tuvieran ganas de
prestarle atención a la bola. Iba a comentarle a tío Eusebio que si aquel golpe
contra el edificio lo hubiera dado la luna y no la bola, a quienes estuvieran
caminando por allá arriba no iba a gustarles mucho, pero en ese momento él dijo
«Creo que mejor nos largamos de aquí», y recogió la caja de Vegueros que tenía encima
del banco.
«¿Te tragaste la lengua?», preguntó el tío cuando íbamos doblando en la calle Saco, y le
respondí que me estaba acordando de la película Trapecio y del día que papito me llevó a verla. «¡Lindas las tetas
de la tipa que salía en esa película!», comentó él sin que pudiera enterarse de
la coincidencia. Por tarambana que tío Eusebio fuera, no le iba a decir que la
bola me recordaba las nalgas de Nereyda.
Ilustración: Foto de autor desconocido, tomada presumiblemente en los primeros años cincuenta. Debo al periodista bayamés Armando Yero haber entrado en contacto con ella.
Segunda estampa mongólica: El héroe
Tercera estampa mongólica: El encuentro
Cuarta estampa mongólica: El sueño
Quinta estampa mongólica: La cabeza
Sexta estampa mongólica: El Mudo
Sexta estampa mongólica: El Mudo
Séptima estampa mongólica: Veneno
Octava estampa mongólica: La letra
Décima estampa mongólica: El canalla
Octava estampa mongólica: La letra
Siguiente:
Décima estampa mongólica: El canalla
Oro por la duré de esas nalgas
ResponderEliminarAmén, Miguel, amén.
ResponderEliminarAun recuerdo ese dia. Era muy pequeno, no se, unos 7, creo. Mi papa me llevo en su vieja bicicleta, recuerdo esa grua pegandole al edificio y no hacia mas que un agujero hasta que lo drstruyeron.
ResponderEliminarYo era mayor, ya andaba por la secundaria. Y la verdad, no sé por qué este hecho nos marcó tanto a todos. Es algo de lo que e habla continuamente entre bayameses de la época.
ResponderEliminarEl maestro Cristóbal Díaz Ayala me escribe pidiendo ayuda para domar el sistema. Este es su comentario: Formidable Sencillamente decirte que me recordó la demolición de Cinema Paradiso, los mismo personajes bien logrados, la atmósfera, pero en tu caso, sin la maravilla de la máquina fotográfica, sino el milagro de tu prosa...CDA"
ResponderEliminarHola hermano bayames cuanto agradezco tus palabras vine hasta aquí a encontrarme con tu prosa ardiente y sencilla y cómo bayames me sumo a los que te admiran muy claras tus palabras al describir la destrucción de aquel emblemático edificio de la ciudad de Bayamo , hecho arbitrario como tantos que cometieron los que dirigían el gobierno de aquel entonces ,, nos dejaron sin el hotel new York y nos regalaron unas ruinas que perduran hasta hoy lo felicito , mis saludos cordiales brother
ResponderEliminarGracias por tu comentario. Sí, aquella imagen no ha salido jamás de mi cabeza. Fue un verdadero crimen. Dijeron que el edificio se estaba cayando y no había modo de que lo pudieran tumbar.
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