Cada hombre es parte, con su obra,
del medio ambiental (histórico, social) en que vive y sueña.
Si no es eso, es que se ha desprendido de sí mismo
y se ha hecho ficción.
del medio ambiental (histórico, social) en que vive y sueña.
Si no es eso, es que se ha desprendido de sí mismo
y se ha hecho ficción.
Lino Novás Calvo
Crecer sin familia en
los barrios más pobres de La Habana, hacerse adulto ejecutando labores de obrero,
boxeador, contrabandista, carbonero, chofer de taxi y muchas otras peripecias semejantes,
nada de eso parece biografía adecuada para los inicios de un hombre de letras. A
menos que ese hombre viniera al mundo con un don excepcional. Lino Novás Calvo,
quien nació en Galicia (1903) y fue enviado a Cuba antes de cumplir diez años,
aprendió en las calles habaneras, entre la miseria de los solares y los plantes
de santería, lo que ninguna academia le hubiera enseñado jamás sobre los seres
humanos y las voces que pueden contarlos.
Su trayectoria hasta el
reconocimiento literario se resume fácil. En el segundo lustro de los años
veinte ya hacía los primeros ejercicios serios en el entorno de la Revista de Avance y casi enseguida sus traducciones empezaron a poner al
alcance del lector en español a los narradores norteamericanos e ingleses que catalizaron
la evolución de la narrativa latinoamericana hasta desembocar en el tan manoseado
boom: Faulkner, Hemingway, Dos Passos,
Huxley y demás. En la década del cuarenta –tras una
permanencia en España entre 1931 y 1939, guerra civil incluida– Lino Novás
Calvo se había convertido en el más importante narrador cubano vivo, apuntalado
por una novela y dos libros de cuentos: Pedro
Blanco, el negrero (1933), La luna
nona y otros cuentos (1942) y Cayo Canas
(1947).1 La anterior no es poca afirmación si recordamos algunos de
los nombres que narraban en aquel momento cubano: Alejo Carpentier, Carlos
Montenegro, Enrique Labrador Ruiz, Onelio Jorge Cardoso, Félix Pita
Rodríguez... y así hasta el dominicano Juan Bosch.
La obra de Novás Calvo
resolvía desde la contundencia estética tres falsas contradicciones que trampearon
la literatura latinoamericana de la época: aquellas que se establecieron entre el
criollismo nacionalista y el humanismo universal, entre la lengua literaria y
el habla cotidiana, y entre el realismo y la fantasía. Al derribar esas anquilosadas
barreras, su voz narrativa estableció un crucial punto de equilibrio que le
permitía contar en un registro reconocidamente cubano sin que esto fuera óbice
para explorar con hondura las agonías del ser humano sometido a situaciones
extremas. De cualquier ser humano, digo.
Los críticos e
investigadores han insistido sobre el signo trágico de los personajes novasianos,
siempre enfrentados a fuerzas que terminan por destruirlos. Lo que no se ha resaltado
con la debida intensidad, creo yo, es la verdadera esencia del conflicto que en esas
obras se narra: el del ser humano enfrentado a sí mismo. Al sumergirse en el
crudo mundo de la trata negrera y la piratería durante la segunda mitad del
siglo xix, Pedro Blanco explora
sus propios límites y los desafía sin piedad.
En “Cayo Canas”, Oquendo está derrotado desde el principio porque su
lucha real es contra su desaliento y no contra las llamas que ve avanzar
sin remedio. “La visión de Tamaría” es una crónica sensible y minuciosa de la
forma en que el personaje intenta escapar al complejo que le produce su
condición de ciego. Tan evidente o más es el conflicto consigo mismo del
taxista que protagoniza esa joya del cuento en español que es “La noche de
Ramón Yendía”, a quien leemos correr en medio de la violencia desatada por la
revolución antimachadista sin que nadie lo esté buscando; pero no puede dejar
de huir, su conciencia culpable no se lo permite. Así podríamos seguir, ejemplo
tras ejemplo, para entender la razón última de ese estremecimiento que producen
las piezas de Novás Calvo en los lectores de cualquier nacionalidad y cultura: no
hay tragedia más amarga y frecuente que la derrota del ser humano frente a sí
mismo.
Esa fue también la tragedia
de Novás Calvo. Como sus más notables personajes, él protagonizó un despiadado combate
contra sí mismo, un enfrentamiento que lo movió a escribir sus líneas más
brillantes, del mismo modo que terminó por hundirlo en el silencio. Llegados los
años cincuenta, el narrador que mejores registros había logrado para la
literatura cubana hasta ese momento abandonó su carrera de escritor. Cierto es
que luchó, agónica e inútilmente. En los últimos años cuarenta escribió varios
relatos, algunos de los cuales fueron publicados en diversas revistas. Entre
1947 y 1952 fue dando a conocer en Bohemia
un manojo de cuentos policiales, género que siempre le había sido cercano.
Durante ese tiempo, quiso una y otra vez escribir una novela2 que se
frustró también una y otra vez.
Los investigadores y
críticos no han cesado de preguntarse por qué dejó de escribir Lino Novás
Calvo. Las respuestas a esa interrogante son poco variadas: depresión ante la
difícil situación económica que vivió en la Cuba de fines de los cuarenta,
desencanto provocado por la falta del reconocimiento que su obra merecía y que
el mostrenco medio cubano le negaba, falta de fe en la pertinencia de la
literatura, abandono radical de sus antiguas posiciones, cercanas a la izquierda
política, etc. Todas me parecen causas circunstanciales. La verdad pudiera ser más
cruda y tajante. La literatura es una irreprimible necesidad de decir que encuentra
o no su correlato en una posibilidad de decir. Novás Calvo se quedó sin
necesidad de decir, simplemente su mundo literario, que había maravillado a
tanto lector, se agotó y él no logró reinventarse.
Basta consultar las
cartas que escribió al crítico e investigador José Antonio Portuondo entre 1945
y 1950 para percibir el temor –nunca expresamente declarado, es
cierto– de estarse repitiendo. Va una muestra. El 26 de diciembre de
1946, Novás Calvo se queja: “Hace quince años que vengo escribiendo –y rompiendo religiosamente– una [novela] que no acaba de salir. No sé
por qué. Todos los caminos se me cierran. Me encuentro trabado en todas partes,
en todas las técnicas, en todos los estilos, en todos los temas. Todo cuanto he
escrito no es más que retazos de novelas abortadas. Y cada vez que releo una
página mía, tiro el libro bien lejos: me da algo parecido a náuseas”.3
La lectura de los
cuentos escritos por Novás Calvo a partir de 1945 y de los dos capítulos de la
novela que sobrevivieron4 ofrece, en efecto, elementos que pudieran apuntalar
ese temor de estarse repitiendo. El propio Portuondo hizo la advertencia en un
texto crítico de 1947 donde, por otro lado, hacía justicia a la calidad y la
trascendencia de la obra firmada por Novás Calvo: “Es imposible persistir en
esa visión del mundo –el individuo aislado,
acechado por la angustia y por la muerte– sin caer en la monotonía del acento
monocorde, en la repetición hasta el cansancio de una misma nota ejecutada por
diversos instrumentos”.5
Lo estrictamente cierto es que en el segundo
lustro de los años cincuenta, con una situación financiera mucho más
equilibrada como jefe de información de Bohemia,
el autor de “Long Island” miraba hacia la escritura creativa con distancia y
desdén. Cada vez que algún aprendiz de escritor se le acercaba con la reverencia
del discípulo –y fueron muchos: Lisandro Otero, José Soler Puig, José Lorenzo
Fuentes, etc.–, su respuesta era siempre la misma: “Deje eso, la literatura no
da nada; dedíquese a escribir crónicas de sucesos”.
Cuando se exilia, en
1960, espantado por la violencia que estremecía a la Cuba revolucionaria, el
universo del escritor que había sido Lino Novás Calvo quedó abandonado. Hasta
su muerte, ocurrida en 1983, si le preguntaban por textos no recogidos en
libros, respondía invariablemente: “No conservo nada de lo publicado en
revistas y periódicos antes de 1960”.6 De lo que había quedado inédito,
por supuesto, conservó menos. En 1970, ante la posibilidad de publicar un
volumen de sus relatos clásicos entreverados con otros nuevos,7
prefiere reescribir –para mal– “Angusola y
los cuchillos”, texto que había dado a conocer en un número de Bohemia correspondiente a 1947,8
antes que buscar por cualquier vía la versión original de un relato sin dudas muy
interesante.
Pero nada prueba mejor
el agotamiento literario de Novás Calvo que el grupo de cuentos escritos por él
en los Estados Unidos después de 1960. Y no solo porque carecen de la intensidad,
la fuerza narrativa y la atmósfera de su mejor obra, sino porque están en su
mayoría dirigidos al testimonio y la denuncia sociopolítica, algo incompatible con
un autor que había dado una clase magistral acerca de cómo la literatura puede
acercarse a la historia reciente en “La noche de Ramón Yendía” y que con
“Aquella noche salieron los muertos” logró tal penetración literaria en la
mística del poder absoluto que incluso adelantó muchos de los elementos medulares
de la circunstancia política que se ha vivido durante el último medio siglo en
Cuba. Claro que aquí y allá es posible encontrar en algunos de esos relatos restos
del pulso narrativo novasiano, pero ya no es aquel autor que en 1933 había
escrito, en carta a Regino Pedroso: “Para mí el arte-política no es política ni
es arte […] Para mí el sentido verdaderamente humano y artístico acaba donde
comienzan las fórmulas, como la religión acaba donde comienza la teología […]”.9
A partir de los años
noventa, un pequeño grupo de escritores, investigadores y críticos se ha
dedicado –cada quien por su parte– a reflotar el mundo que Lino Novás
Calvo dejó sumergido.10 Las dos figuras más tenaces en esa búsqueda
han sido Cira Romero, dentro de Cuba, y Carlos Espinosa Domínguez, fuera de la
Isla. La primera agrupó los cuentos no policiales que dejó dispersos el
narrador, las cartas que este envió a varios intelectuales de su época y las
crónicas que escribió desde España entre 1931 y 1933 para Orbe.11
El segundo acaba de dar a conocer los textos que el autor de “Un dedo encima” escribió
en la prensa durante su exilio norteamericano y tiene prácticamente
lista una compilación de artículos escritos por Novás Calvo sobre la guerra
civil española, de la que fue un inquieto protagonista.12
Poco a poco, cada vez
de forma más nítida, va quedando a la vista ese ser genial y contradictorio, en
perseverante conflicto consigo mismo, que fue Lino Novás Calvo y, junto a su imagen,
crece también un anecdotario copioso que a veces proviene de sus múltiples
andanzas por la vida y a veces de aquellos que lo conocieron.13
Es fama entre los creyentes
de los sistemas mágico-religiosos cubanos que las personas capaces de
comunicarse con deidades, espíritus y muertos son seres que han recibido un don
para ver lo que el resto de los mortales no podemos. Pero ese don está condicionado:
si quien lo recibe renuncia a ejercerlo, entonces la gracia se vuelve contra él.
También Lino Novás Calvo recibió de la vida un excepcional don de narrador al
que renunció; en respuesta, parece estarse convirtiendo él mismo en literatura.
En tanto dejó de contar, hace bastante que comenzó a ser contado.
Notas
1 Publicó también Un experimento en el Barrio Chino (1936), No sé quién soy (1945) y En
los traspatios (1946), novelas cortas o relatos largos, según sea el
criterio de quien lee esos textos.
2 “Los Oquendo” era su título
provisional. Las prestigiosas editoriales Losada y Espasa Calpe se habían
mostrado interesadas en publicar el proyecto.
3 Carta a José Antonio Portuondo, en Laberinto de fuego; epistolario de Lino
Novás Calvo; compilación, anotación y prólogo de Cira Romero. La Habana,
Ediciones La Memoria, Centro Pablo de la Torriente Brau, 2008, p. 117.
4 Fueron publicados ambos en Cuadernos Americanos. El primero,
“Camila Timiraos cuenta”, en el número correspondiente a septiembre-octubre de
1947. El segundo, “Esto también es gritar”, en el de julio-agosto de 1948.
5 “Lino Novás Calvo y el cuento
hispanoamericano”, en Cuadernos
Americanos, Vol. XXXV, año VI, No. 5, septiembre-octubre de 1947, México,
p. 261.
6 “Diez preguntas a Lino Novás Calvo”,
en El Alacrán Azul, año 1, No. 2,
1971, Miami, p. 106-107.
7 Maneras
de contar. New York, Las Américas Publishing Company, 1970.
8 Bohemia,
año 39, No. 51, 21 de diciembre de 1947, La Habana, p. 42-44 y 73-74. La nueva
versión recibió el título de “Peor que un infierno”.
9 Carta a Regino Pedroso, 3 de marzo
de 1933, en Laberinto de fuego, p.
65.
10 Yo mismo recogí sus cuentos policiales
en Lino Novás Calvo: Ocho narraciones
policiales; compilación y prólogo de José M. Fernández Pequeño. Santiago de
Cuba, Editorial Oriente, 1995. Algunas de sus crónicas cubanas más valiosas pueden
consultarse en Lino Novás Calvo,
periodista encontrado; selección y prólogo de Norge Céspedes Díaz.
Matanzas, Ediciones Aldabón, 2004. Los textos biográficos y autobiográficos
que diera a conocer Novás Calvo en la prensa española entre 1933 y 1936 han
sido recogidos en Vidas extraordinarias;
selección, edición y estudio introductorio de Jesús Gómez de Tejada. España,
Editorial Verbum, 2014.
11 La colección cuentos apareció como: Angusola y los cuchillos; compilación y
prólogo de Cira Romero. Santiago de Cuba, Editorial Oriente, 2003. Mientras, los
artículos de Orbe se encuentran en: España estremecida; compilación de Cira
Romero. España, Editorial Renacimiento, 2013. Igualmente, Cira Romero ha intentado establecer la biografía del escritor, oscura en muchos de sus tramos, a través de un montaje de voces en Fragmentos de interior: Lino Novás Calvo, su voz entre otras voces. Santiago de Cuba, Editorial Oriente, 2010.
12 Lo
que entonces no podíamos saber; compilación de Carlos Espinosa; prólogo de
Rafael Rojas. USA, Libros de las Cuatro Estaciones, 2015.
13 Quizás la más impactante de esas
anécdotas sea la narrada por Guillermo Cabrera Infante a partir de su visita al
hospital donde Novás Calvo estuvo recluido para morir. Involucra al cuento
“Angusola y los cuchillos” y es posible leerla en: “La luna nona de Lino Novás
Calvo”, en Mea Cuba. Barcelona, Plaza
Janés, 1983, p. 358-363. Como ocurre siempre en estos casos, nunca sabremos
cuánto aportó a la anécdota la imaginación narrativa de Cabrera Infante.
Un excelente artículo, sin duda, que lanzará a muchos, me incluyo a leer o releer a Nóvas Calvo. Gracias José, saludos!
ResponderEliminarGracias, Pequeño, hermoso y sentido artículo para un merecedio autor. una lástima que no se difunda más su obra.
ResponderEliminarSindo Pacheco
Un buen artículo que hay que agradecer. Resalta por una nueva perspectiva, como es la de que Lino Novás Calvo ha pasado a ser literatura en sí misma. Gracias, amigo
ResponderEliminarSólo he leído una obra de Novas Calvo (en una fotocopia que me ofreciera Máximo Avilés Blonda, y que después extravié): “Pedro Blanco, el negrero”. Aún guardo la impresión de un viaje a través del dolor, de una angustiante travesía contada en frases cortantes como si hubieran sido escritas con la punta de una navaja. Gracias por este estimulante artículo.
ResponderEliminarSuculento plato literario. Es un artículo muy bien hilvanado que dice mucho y bien dicho. En cuanto al autor en cuestión me declaro un inocente de teta porque hasta ahora lo desconocía. Me gustaría seguir el rastro goteante de su narrativa para leerlo con fruición. Gracias por estas palabras que son mis primicias.
ResponderEliminarExcelente ensayo sobre las vicisitudes de la escritura de ese autor, José, siga por favor compartiendo con nosotros textos como este.
ResponderEliminarXimena