Porque escribir es a veces eso,
observar y apropiarse de la basura ajena.
Maurice Sparks y/o Ernesto G.
observar y apropiarse de la basura ajena.
Maurice Sparks y/o Ernesto G.
–¡Por favor, no vuelva a decir que es increíble! –protesta con el celular apretado
contra el oído izquierdo y viene a recostarse de mí.
Conozco cada reacción suya, cada impulso que sus decisio-nes –igual las muy meditadas como las más irreflexivas– ponen a circular por ese cuerpo menudo y casi siempre en tensión. Hace mucho aprendí a leer lo que siente a través de sus contactos y puedo asegurar que ahora mismo está al borde del colapso. Mientras escucha, saca con la mano derecha uno de los libros alineados en el quinto estante, contando de abajo hacia arriba, y lo muñequea bruscamente, como si necesitara comprobar que no hay algo peligroso escondido entre las páginas. Son las Ficciones de Borges, lo confirmo cuando tira el volumen encuadernado en rústica y formato seis por nueve sobre la mesa de trabajo para despegarse de mí reclamando al pequeño transmisor:
–Siete años sin escribir, siete años de espantosa sequía, y ahora que por fin regresa el impulso, ocurre esto… ¡dígame si no es cruel!
Y comienza a pasearse frente a mí, de pared a pared, ida y vuelta desde la puerta que conduce a su dormitorio hasta la ventana que da a la calle, a una ciudad que él no se ha cansado de maldecir –páramo, desierto, estercolero de engreídos, nido de superficiales con dinero, eso y más la ha llamado– durante los últimos siete años.
–Nada de eso importa ahora –tira un golpe al aire con el brazo libre–. Lo que escribo aparece luego cambiado, dígame qué parte de esa desgracia no entiende y se la explico otra vez.
Detiene su ir y venir. Se congela con los cinco dedos de la mano derecha unidos y muy cerca del rostro, mientras respira angustiado la voz que ha de estar vibrando en las entrañas del aparato y los huecos en sus mejillas se ahondan todavía más.
–¡No quiero calmarme! –explota al fin–. Ayúdeme a encontrar una explicación, que para eso usted es el autor y se inventó esta bronca del escritor emigrado y la ciudad hostil, ¿cómo va a venirme ahora con que no puede controlar un conflicto que usted mismo imaginó?
Camina hacia la mesa de trabajo, toma una hoja de papel que ha estado todo este tiempo sobre el monitor de la computadora:
–La otra noche escribí –y lee–: «De cierto modo, adoro los caminos inciertos», y cuando me levanté a la mañana siguiente decía «De cierto camino, adoro los modos inciertos», ¿ve? ¿Considera que algo así es aceptable?... Qué va, olvide el mambo y cante bolero, no hay posibilidad de error. Otra cosa no tendré, pero buena memoria me sobra… Mire, ayer mismo escribí –y vuelve a leer–: «Ahora encuentro mis historias por doquier, a menudo en la basura ajena», ¿y quiere saber cómo apareció esta mañana? Pues «Encuentro ahora la basura ajena por doquier, a menudo en mis historias».
Se sienta sobre la mesa de trabajo, de espaldas hacia donde estoy, lo que me ahorra sus ojos enrojecidos, la expresión de desamparo que hace lucir más salientes aún los huesos de sus pómulos.
–¡Vaya! –exclama, y se da un golpe en el muslo con la mano que todavía empuña el papel–, así que escribir es en sí mismo un acto de traición… ¡qué frase tan bien compuesta, lo felicito! Pero, ¿sabe qué?, no me sirve de nada. Si no es usted, ¿quién cambia lo que escribo? ¿El gato? ¿El librero? Como están las cosas, a lo mejor el librero aspiró un soplo de vida y ni usted ni yo nos hemos enterado. ¿O seré sonámbulo? Eso, ¿andará suelta por ahí una manifestación salvaje de mí mismo que reescribe mientras duermo o estoy en la calle? Porque las palabras no cambian solas de lugar, ¿o sí?
Y bueno, en ese último aspecto discrepo de su razonamiento, incluso podría facilitarle dos o tres libros de entre los que él mismo ha colocado en mis estantes para estimularlo a revisar sus criterios sobre los hábitos de las palabras, o por lo menos a tomar en consideración el carácter revoltoso de ciertos escritos… Pero mejor dejamos ese ejercicio para otro momento, no es prudente contradecir a una persona como él cuando está así de alterada.
Ilustración: The writer isolator, de Margarita García Alonso.
Margarita García Alonso: Periodista, poeta y artista visual cubana. Es una de las personas más ocupadas del planeta. En la mañana escribe mundos que echan a girar apenas salen de sus manos. La tarde la dedica a una investigación sobre el modo subjuntivo en la comunicación afectiva de las flores. En su tiempo libre se desempeña como reina en Groenlandia... sin remuneración, claro. Y en la noche, mientras parece dormir, en realidad ejercita la cuántica, lo cual le permite hacer audaces dibujos para textos que sus amigos alguna vez escribirán, aunque ellos todavía no lo sepan. ¿No me creen? Pues solo hagan clic sobre su nombre.
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En cuanto vi esa máscara moviéndose me dije: Angel, ahí esta la mano de la Reina.Y después leo y me río. Las palabras nos unen, la inteligencia hace la diferencia.
ResponderEliminarSaludo Grande para el Pequeño!
Estas tocado con la Gracia cuantica, un lujo que me traigas a este espacio junto a tu excelente cuento. Que la vida nos crie y Dios nos acerque!!! Gracias siempre!
ResponderEliminarLa cuántica ha de ser irrebatible. Si me pone cerca de Margo y Ángel, no se necesitan más pruebas.
ResponderEliminarCreo que fue Paul Verlaine el que dijo que el poeta es una atalaya que ve más lejos que el resto de los mortales...y tú,eres poeta...y estás oteando el futuro, cuando el GRAN PADRE, la COMPUTADORA, censure automáticamente lo que escribas, cosa que ya está practicando con el corrector, que te marca en rojo lo que consideras haz escrito ortográficamente incorrecto...
ResponderEliminarParece que soy yo el personaje. Desde que es difícil encontrar tinta o anilina para hacerla, al verme obligado a escribir aplastando estos cuadrados, las palabras parecen tener vida distinta, una vida sin vida. Después de leer este pequeño cuento he tratado de escribir, pero sólo he acariciado a mi pluma fuente a la que se le secó la tinta hace ya mucho tiempo. Yo no se porqué este Pequeño despierta en mi el deseo de escribir que siempre se ve frustrado por la falta de tinta y por el talento que se ha ido con el pasar de los años aumentado por la falta de lectores, incluido yo mismo, que, hace mucho se cansó de leer lo que ha
ResponderEliminarproducido. Felicitaciones Pequeño (me permito llamarle así porque una vez me llamó Tamayo) Siga escribiendo que aunque sea despacio y en voz baja (mala costumbre que he adquirido con la vejez porque me da miedo de molestar a los que de verdad o imaginariamente están a mi alrededor), lo seguiré leyendo y gozando de esa hermosa imaginación.
Tamayo, cuando uno lee comentarios así, le dan ganas de ponerse a escribir ya, ahora mismo. Y mira qué casualidad. Este cuentecito nació de algo que alguien comentó en Facebook. Ahora, mientras leía la primera parte de tu comentario, me parecía otro cuento que hubiera nacido a partir del mío. Eso es la literatura: una cadena de provocaciones.
ResponderEliminarSi, todo es una cadena en esta vida del hombre, desde el hombre único (yo, tu...) hasta el hombre histórico, la literatura, la ciencia, la música. Sin Mozart no hubiese habido Beethoven, , sin el que descubrió la escritura, que según Da Vinci, es el descubrimiento más importante de la humanidad, no hubieran habido escritores, sin electricidad, no ascensores , no aviones, no lavadoras, etc.. De verdad, una mínima cosa, provoca otra y allá va el progreso.
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