Palabras en la presentación del libro
Memorias del
equilibrio,
Centro Cultural Español de Miami, 24
de junio de 2016.
Varios de los cuentos
que aparecen en este libro pudieron ser escritos en los años setenta del siglo pasado.
El joven que era yo por entonces no solo rumiaba ya algunas de esas vivencias;
también estaba consciente de las potencialidades que tenían para la
fermentación narrativa. Que en aquel momento no se convirtieran en literatura obedece
a cuestiones personales: mi oficio no estaba maduro para tal empresa. Que no lo
intentara a pesar de los impulsos de la edad, amerita otra explicación.
Gran parte de los
narradores cubanos nacidos en los años cincuenta comenzamos a publicar libros de
manera tardía. Y se entiende. Nuestra adolescencia coincidió con el proceso de
radicalización revolucionaria que arrancó entre 1966 y 1967. Cumplimos los veinte
años en un período que va desde la zafra de los diez millones (1970) hasta las
proximidades de la estampida hacia Estados Unidos que partió del Mariel (1980),
lo que incluye el Congreso de Educación y Cultura, los procesos contra intelectuales
críticos o no muy entusiastas al aplaudir, las purgas de profesores y
estudiantes por razones políticas, de preferencia sexual o de no alineación irrestricta
con el experimento socialista en marcha.
Lo que comenzó
aplastando a los desafectos o a quienes pretendían mantener una postura
intelectual independiente (los escritores agrupados en las ediciones El Puente,
Reynaldo Arenas o Carlos Victoria, para mencionar tres ejemplos) terminó
castigando en los años setenta a autores que apoyaron sin cortapisas el
proyecto político cubano, cuya obra incluso se había reconocido como expresión
de los «nuevos tiempos»: Jesús Díaz, Eduardo Heras León o Norberto Fuentes, para
limitar los ejemplos de nuevo a solo tres. No era tiempo para asuntos raros,
puntos de vista inquietantes o ambigüedades expresivas que, por otra parte, son
el alma misma de la literatura.
Si pienso en
narradores nacidos en la Cuba de los cincuenta que comenzaron a publicar
temprano sus libros dentro del país y luego hicieron una consistente carrera
literaria solo me vienen a la mente los nombres de Senel Paz y Miguel Mejides,
ambos nacidos en 1950. Sin dudas habrá otros, pero no son demasiados.
Igual, casi todos los
cuentos de Memorias del equilibrio pudieron
haber sido escritos durante los años ochenta y supongo que no ocurrió así por
la razón antes expuesta: su autor no estaba listo. Admitiré, sin embargo, que tampoco
soplaban aires muy favorables para el escritor que, todavía confusamente,
aspiraba yo a ser. El rebrote narrativo de esa década en la Isla se apoyó sobre
todo en el accionar de una masa de escritores que llamaré reformistas. Creíamos
que era posible perfeccionar el sistema político-social cubano, purgarlo de sus
excesos intolerantes, y de manera más bien espontánea, apoyándonos en eventos que
tenían lugar a lo largo del país o en las propias organizaciones del sistema, luchamos
por al menos tres objetivos: 1) Que se entendiera la naturaleza contradictoria
del acto creador y el espacio que el escritor ocupa dentro de la sociedad. 2)
Que no se repitieran sin respuesta los actos de agresión y enclaustramiento que
habían ocurrido en la década anterior. 3) Que en lo posible, los jóvenes
narradores emergentes no fueran objeto de las persecuciones que habíamos conocido
antes.
No es este el espacio
para valorar adónde condujo todo eso. Decepcionados, muchos optamos un día por
emigrar (Félix Luis Viera, Luis Manuel García o Jesús Díaz, para continuar con
los ejemplos en trío), otros decidieron permanecer en la Isla (Leonardo Padura,
Arturo Arango, Eduardo Heras León). Lo que me interesa recalcar ahora es que el
canon narrativo predominante en Cuba a lo largo de los ochenta mantuvo su foco
en la así llamada función social de la literatura, aunque cambiando de
perspectiva: ser críticos ante la realidad del país se convirtió en anhelo supremo.
Se discutía entonces con fervoroso empuje quién había bautizado al primer gay
en nuestra corriente narrativa, o quién había sido el pionero en airear el
jineterismo, o quién se había atrevido a... En fin, contrarrestar el silencio
de los periodistas y el triunfalismo de la propaganda oficial cubana devino por
aquellos años entre nosotros (y lo es todavía en no pocos espacios
intelectuales) aplaudido valor literario.
Yo buscaba otros
caminos. Amir Valle, una de las voces más notables entre las que emergieron en
esa década, ha testimoniado que por entonces le resultaba difícil entender en
mi incipiente trabajo «la mezcla de absurdo, fantasía y realismo, algo
realmente raro para nosotros, defensores de los cuentos duros, directos,
realistas, pero sobre todo algo distinto en el panorama del cuento santiaguero
[…].» Recuerdo a mi vez el primer cuento que por entonces leí de otro narrador
fundamental en ese grupo, Alberto Garrido. Me parecía insólito que un muchacho
de apenas dieciocho años pudiera escribir un texto con tal madurez narrativa,
pero de seguro Garrido debió sentir como un despropósito que aquel viejo de
treinta y pico le sugiriera insistir en el detalle de un timbre cuyo sonido era
imposible acallar en su cuento, antes que en la actitud corrupta de su
personaje protagónico.
Y claro que pude haber
escrito todos los cuentos que hoy forman Memorias
del equilibrio en la primera década del siglo que ahora habitamos, cuando
ya me había asentado en la República Dominicana. Pero tampoco estuve listo
entonces, aunque por una causa diferente: para mi desesperación, llegó un
momento en que no podía escribir sobre el pasado, cada línea que intentaba era contaminada
por mi abrumador presente de emigrante. Fue duro. Hoy, dueño de otra perspectiva, comprendo
que estaba en tránsito hacia el transtierro, para usar un concepto caro al escritor
dominicano Keysi Montás; es decir, camino a convertirme en un ser humano desplazado que,
en lugar de decidir entre dos culturas, opta por poner patria a medio camino entre
ambas, en el centro del puente que las une. El mejor testimonio de ese
proceso es mi libro El arma secreta, que
terminé de escribir en 2013, luego de haber llegado a Miami.
No existe mejor lugar
para un transterrado que Miami. Es una ciudad y huele a campo; está conectada
a un continente pero respira el orgullo pretencioso de las islas. En sus calles
no campea una forma regular y dominante de manifestarse que deba ser acatada. Se
impone la mezcla, convive lo distinto, y exactamente como en cualquier ciudad
del Caribe, la gente habita un presente eterno, un tiempo que parece avanzar
hacia sí mismo. Miami no es algo terminado, es un espacio que se reconstruye sin
parar en la mirada de sus transeúntes y donde la geografía del gesto, igual que
la del habla, cambia con cada paso que das. Nada es definitivo en este lugar;
para saberlo, basta levantar la cabeza y seguir el vuelo de los aviones que no
cesan de llegar o irse. Tomando prestado el concepto de Joel James, diría que
Miami es un proyecto de inconclusión, un lugar donde el ser híbrido que es todo
transterrado puede vivir a plenitud sus perspectivas conjugadas.
Apenas asentado en
Miami, los asuntos que hoy forman Memorias
del equilibrio comenzaron a regresar uno a uno, urgiendo ser escritos con
un vigor inesperado si tomamos en cuenta que se trataba de vivencias longevas.
No sé si los cuentos que resultaron de tal ejercicio tienen algún valor, ¿quién
soy yo para juzgar eso? Al presentarlos hoy como un proyecto definitivo, sí me
siento feliz de haber mantenido sus asuntos fuera de la literatura con
aspiración de crítica o de testimonio, sea este histórico, político o social. Ubicadas
en Cuba entre los años sesenta y la primera década del siglo XXI, estas
historias seguramente provocarán en el lector reflexiones de diversa índole, según
sea su particular experiencia. El autor, por su parte, prefiere quedarse con la
dignidad del hombre común y corriente que un día comienza a dialogar con los
muertos, o con la aviesa y vengativa mirada del mongo sobre un mundo que lo
ningunea, o con la posible enfermedad del hombre incapaz de evitar que su
portañuela aparezca abierta en público, o con la rebeldía tal vez inútil de los
derrotados que, sin embargo, termina por sembrar una montaña…
El narrador argentino
Julio Cortázar declaró muchas veces que tras el triunfo de la revolución cubana,
en 1959, su obra había incorporado una conciencia más colectiva. Memorias del equilibrio realiza el viaje
inverso. En medio del colectivismo que pretendió imponer esa revolución, regresa
al individuo, a su desesperada búsqueda de un equilibrio que deje intacto el elemental
derecho a ser diferente.
Memorias del equilibrio fue publicado en junio de 2016 por K ediciones, de Miami, e incluye quince
narraciones acompañadas por dibujos de la artista Margarita García Alonso. La
ilustración de este post forma parte de esos dibujos. Si desea solicitar el libro,
solo haga clic sobre el título.
Información:
Los comentarios en este blog son moderados, razón por la cual no aparecen inmediatamente que usted los escribe, sino luego de la correspondiente autorización. Con esto evitamos la intervención de agentes maliciosos e indeseables.
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Este us un material de referencia, que se hará necesario citar una y otra vez, porque además es el espejo de lo que también sucedió con la poesía.
ResponderEliminarGracias Pequeño por tan buena muestra.
Ena
Gracias a ti, Ena. ¿Y sabes? Creo que debemos pensar seriamente en testimoniar esa época. Sería bueno hacerlo "antes de que caiga la noche".
EliminarSe hace ya indiscutible: la única conquista irreversibles de la Revolución Cubana, para Cuba, no para revolución alguna, es LA CONQUISTA DE LA FLORIDA, la más Occidental de las provincias de la Cuba en el futuro inmediato, ya.
ResponderEliminarJosé Israel Cuello
Admito, José Israel, que he repetido tu frase muchas veces en conversaciones sin darte crédito. Debe de ser un triunfo muy doloroso para la dirigencia histórica de la revolución cubana que su único éxito sea precisamente aquel que nunca prometieron: conquistar la Florida. Un abrazo.
EliminarTe felicito, Jose, por tus libros de valia.
ResponderEliminarExcelente y bello texto de presentación. Gracias José
ResponderEliminarPienso, gran Pequeño, que fuiste un narrador tardío (hablando de libros publicados, por supuesto) porque fuiste un analista, un crítico, un reflexionador temprano. Eso siempre genera una autoexigencia dilatada que frena la incursión en la ficción. A mí me pasó lo mismo. Si bien publiqué mi primer libro con 29 años apenas cumplidos, el segundo y tercero tardaron cada vez 4 años respecto al anterior. Desde 1977 yo me dediqué demasiado a la crítica, al periodismo literario, y eso frenó mi maduración como narrador haciendo que, incluso, los dos primeros libros y los otros (que se quedaron inéditos pese a un premio y un contrato firmado y pagado) fueran defectuosos. Entre mediados de los 70 y fines de los 80 se publicaban en Cuba pocos títulos y muchos ejemplares (el bosque trataba de ocultar los árboles) quizás como una estrategia de control, pero también como consecuencia de las deficientes organización e industria editoriales. Eso empobreció sin dudas a la literatura cubana (no solo la visible, la publicada en libros y revistas, sino la que -privada de confrontación y debate- no se escribió). Como especialista en literatura infantil, puedo afirmar que en este campo las consecucencias fueron todavía más grave: la autocensura y la repetición de modelos entre los autores "infantiles" fue enorme.
ResponderEliminarGran comentario, Joel. En mi caso, nací en una familia sin tradición de literatura y tuve que hacerme a mano, solo. En el camino hacia la formación de un oficio, cometí no pocos errores que eran imprescindibles, según me doy cuenta ahora. Pero si en algo tienes razón es en esa convicción de autoexigencia que luego tanto lo ayuda a uno. Gracias por tus palabras.
ResponderEliminarHermosa diseño del blog, es un buen trabajo gráfico en la web , es un diseño limpio, sutil, Soy una persona muy visual, por esa razón me fijo en este detalle, pero también gusto de la literatura
ResponderEliminarCon relación a tu libro el Arma Secreta, con sus nueves cuentos, algunos tomas como escenario la República Dominicana, país donde vivo hace ya 20 años y otros mi país de origen, así que me siento perfectamente identificada con ese surrealismo de nuestros pueblos, el primero de los cuentos corto, muy corto pero, también, es muy bueno, me encanto, El Arte de Roncar, El Ombligo de María B, todos tienen su encanto, en fin también me hiciste reír, amigo, así que como siempre soy una silenciosa admiradora de tu obra, y además tengo orgullos de que seas oriundo de mi amada ciudad : Santiago de Cuba, y aun mas de haber iniciado mi pasión por el arte en el mismo lugar donde coincidimos: la Galería de Arte Universal, aprendí mucho de ti, de Desquiron y luego de Dagoberto , el que fue primero mi profesor y más tarde mi compañero. Fue un periodo que agradezco a la vida, aunque no quiero recordarte como mi secretario general de mi comité de base de la Unión de jóvenes comunista, porque eras muy exigente, que tiempos aquellos. Creo que no fue un borrón, sino experiencias necesarias en esta escuela que es la vida.
Gracias por tus palabras, amiga mía. Yo también recuerdo aquellos tiempos con mucho cariño.
EliminarNo toda La Florida, concentrémonos en el Sur de la Florida con su capital en Miami, y su capitolio en Versailles. Gracias gran Pequeño, tu pluma mas que alimentar al espíritu, da hambre anhelante para, glotonamente, siempre mas.
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