Pasé dos años viendo cómo los curadores y museógrafos preparaban
una exposición de la artista dominicana Ada Balcácer. Con la seriedad y
perseverancia que exigen las tareas intensas, rastrearon su copiosa producción y
fueron sumando agudezas hasta dar con los sentidos de ese universo creador. ¿Resultado?
Seis décadas de experimentar y vivir interpelaron al visitante en la exposición
Alas y raíces: Ada Balcácer,
presentada por el Centro León hasta el 12 de febrero pasado.
Fin de la introducción. Ahora me confieso: Nada produce
tanta satisfacción como no ser un especialista.
A lo largo de esos dos años, me estuve preguntando con la
soltura que permite la condición de lego por qué me atraían tanto algunas de
las obras firmadas por esa hada de los atrevimientos. Algo aportaban a una
explicación posible el osado manejo de la luz, la manipulación de los planos
espaciales, el poderoso trazo gráfico y la fuerza de ese color tan tropicalmente
propio. Pero, con todo y su peso, tales razones no me alcanzaban para llenar la
pregunta: ¿Por qué el resultado convertido en arte parecía tan tocado por el
alma imprecisa de lo caribeño?
La respuesta (mi respuesta) llegó como se construye
cualquier noción: gracias a un enhebrar de conexiones disímiles que la curiosidad
termina por hacer coincidentes.
La primera señal debió llegarme la mañana en que encontré a Ada,
pincel en mano, restaurando un cuadro que había pintado cuatro décadas antes. No
pude entender, sin embargo, por qué aquella
visión debía de ser una señal hasta meses después, cuando la propia artista y
el escritor Andrés L. Mateo condujeron un panel en el Centro León acerca de la
serie de mitos dominicanos que Ada Balcácer recreó durante las décadas del sesenta
y setenta.
Elegir los mitos como tema fue en la artista una comprometida
formulación de pertenencia durante un período en que la sociedad y la cultura dominicanas
habían entrado en una decisiva etapa de reconfiguración. Esa era una
explicación irrebatible para entender las intenciones sociopolíticas de la creadora.
Pero, ¿habría otra razón conectada con el acto mismo de crear? La pregunta fue
respondida por otra: ¿Qué es un mito?
El mito, en su esencia, es lo inacabado; una construcción simbólica
de los orígenes y del ser cultural que escapa a cualquier límite. Representación
abierta, el mito puede adoptar las formas que los diversos contextos y momentos
exijan. Ada Balcácer plasmó su (no la) imagen del Bacá, aquella que podía
servirle para expresar un tiempo y un espacio suyos, y lo había hecho a partir de una propuesta tan atrevida como
el propio mito, razón por la cual todos terminamos por sentirnos incluidos en
su personal gesto creador. Había llegado la segunda señal.
Como el mito, las obras de Ada poseen la imperfección que es
inherente a lo inacabado, a lo que está lejos de concluir, y lanzan un reto al
presente para que agregue algo nuevo: un trazo posible, una silueta no
percibida antes, una interpretación más. Y, justo con la palabra concluir, me llegó la tercera señal.
Recordé una definición del infaltable Joel James, para quien la cultura del
Caribe es “lo inconcluso, pero no lo inconcluso que está por concluir, sino lo
inconcluso que concluye constantemente en una nueva formulación de
inconclusión. O sea, lo inconcluso como una zona de estar del espíritu”. Pues por
eso la obra de Ada Balcácer me resulta tan caribeña.
Como si no viviéramos un nuevo siglo cuajado de tecnología y
contaminaciones, todavía se escucha a los puristas clamar de vez en cuando por
un regreso a la armonía, el equilibrio y la perfección como única manera de regenerar
el arte contemporáneo. Es curioso porque quizás la mejor herramienta a
disposición del arte para involucrar a los hombres de cualquier época, presente
o futura, radique en su humana
imperfección, en esa inconclusión que (por viva) anda muy lejos de la armonía inherente
a lo terminado. Pero esa es una madeja complicada y lo mejor será que la desembrolle
el lector. A Dios gracias, yo no soy un especialista.
Foto: José Enrique Tavárez
Mucho confias tú en lectores, pobres, si ellos sólo quieren distraerse un poco.
ResponderEliminarY ni eso. Pero hay que ponerlos a trabajar. ¿No lo hacemos nosotros? Pues a mover las dichosas neuronas.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEs un compromiso sensible de "Cada Quien" encontrarse con "Cada Cual". La dinámica de las palabras se manifiesta, vocifera en su propia esencia. José, necesitamos (Los que necesitamos) desesperadamente, estos (tus) trinos !!!
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