Corría el año 1988 cuando entrevisté en compañía de Jorge Luis Hernández al escritor cubano Jesús Díaz. Queríamos incluir ese diálogo en el
primer número de una revista literaria que planeábamos junto a la narradora
Aida Bahr y al poeta León Estrada, debido no solo a las reacciones que Las iniciales de la tierra (1987) provocaba
por entonces en Cuba, sino también al vínculo que la publicación de esa novela había
tenido con el II Encuentro de Narrativa Cubana, celebrado en Santiago de Cuba a
finales de 1982.
Ocurrió de este modo. Con el título de “Biografía política”, Jesús
Díaz sometió la primera versión de la
novela al concurso Casa de las Américas en 1973, de donde fue compelido a
retirarla por la alta dirección del Partido Comunista de Cuba con la promesa de
que luego le expondrían las razones. El concurso declaró desierto el premio de
novela en ese año, nunca hubo explicaciones y la obra quedó vetada. En Santiago
de Cuba, durante la reunión de narradores arriba mencionada, Jesús Díaz leyó un
fragmento de la obra, cuya censura emergió varias veces durante los intensos
debates que en aquel evento se suscitaron. Armando Hart, en esa época ministro
de Cultura y quien participó en una de aquellas sesiones, dio indicaciones para
que se publicara. Las iniciales de la
tierra vio por fin la luz en 1987, cinco años después.
La revista que entonces planeábamos corrió peor suerte. Nunca llegó a sacar
un número y la entrevista quedó inédita hasta que el pasado 17 de diciembre de
2013 fue incluida como parte de un dossier que La Gaceta de Cuba ha dedicado a la literatura de los años ochenta
en Cuba. Lo que reproduzco a continuación son algunos fragmentos de aquel
diálogo que sostuvimos Jorge y yo un cuarto de siglo atrás con Jesús Díaz,
quien en ese momento ya planeaba viajar con una beca a
Alemania, país en el que finalmente optó por separarse del proyecto político cubano.
Los criterios que Jesús expone en 1988 sobre la intolerancia nacional resultaron
premonitorios. Una vez fuera de Cuba, el autor de Las iniciales de la tierra quedó –como tantos otros intelectuales
cubanos– atrapado por el síndrome de Juan Clemente Zenea: Juzgado traidor a la ortodoxia
ideológica revolucionaria por los oficialistas en la Isla y juzgado traidor por
gran parte de la intelectualidad emigrada, que llegó a considerar la fundación de
la revista Encuentro de la Cultura Cubana
en la España de 1996 como una operación para destruir la ortodoxia ideológica
del exilio.
Por ahora y para mí, este ejercicio ha sido como
retomar en la distancia del tiempo el diálogo con el escritor querido que fue
Jesús Díaz y con el hermano entrañable que fue Jorge Luis Hernández. Algo así
como una prueba de que, por duros que sean los años y las distancias, las
palabras, las auténticas palabras, nunca quedan perdidas.
Jesús Díaz o la memoria salvada
Jorge Luis Hernández: ¿Cómo
surgió Las iniciales de la tierra?
Jesús Díaz: Eso tuvo que
ver con mi propio proceso del Partido [Comunista de Cuba], cuyas conclusiones
demoraron como dos años. Así y todo, no se trata de una autobiografía, sino más
bien de una para-autobiografía. A principios de 1969, durante el proceso del
Partido de otro compañero, alguien pasó repartiendo las planillas y yo le pedí
una. No empecé a escribir hasta finales de 1970 o principios de 1971 porque me
fui a la zafra, donde estuve durante el 69 y el 70. Me impulsaba entonces la
idea de que los acontecimientos pueden tener una significación en el momento
que se producen y otra luego, cuando pasa el tiempo; es decir, una doble
lectura según el contexto en el cual se les juzgue.
Fernández Pequeño: Pero la
inmediatez de la narración respecto a los sucesos narrados no borra el sentido
de reflexión en torno a la vida del personaje…
J.D.: No estamos de acuerdo
en cuanto a la palabra reflexión. Yo más bien diría evocación, pues el
personaje evoca la existencia en su inasibilidad, razón por la cual no hay
juicios de valor en la novela. Es la memoria la que actúa, la memoria desatada.
Si el personaje pudiera evaluar su vida, si pudiera verla con espíritu crítico,
habría respondido la planilla de inmediato. Pero no puede, hasta el momento en
que le quedan dos horas.
J.L.H.: Yo siento que,
hasta que la novela llega a la zafra [de los Diez Millones], hay como un apego
al testimonio histórico y que en ese momento comienza a jugar con la
imaginación.
J.D.: No comparto la idea
del testimonio tal y como tú la expresas. En la novela hay una carga testimonial,
pero está conseguida a través de la elaboración literaria. Los capítulos de la
zafra y el resto de la novela fueron trabajados a partir de los mismos
criterios y las mismas reflexiones. No hubo diferencias. Ocurre que el nivel de
locura, de delirio que se produjo durante aquellas zafras –al menos en mi vivencia– fue
tan alto que deja la impresión de un incremento de la fantasía o, para lectores
menos avisados, de cierto tipo de realismo mágico. No es así. Los
procedimientos son los mismos, han cambiado el contexto y la índole de los
sucesos.
F.P.: Si te dijera que uno
de los valores más altos de la novela está en el trabajo con el lenguaje, ¿qué
pensarías?
J.D.: Cortázar decía que
después de escribir Rayuela se había
quedado despalabrado y eso me pasa un poco a mí. Algún crítico, puesto ante la
diversidad de la novela, ha dicho que los elementos testimoniales, de crónica,
autobiográficos, de fantasía, históricos, etc., que existen en Las iniciales de la tierra son
unificados por el lenguaje. En este
sentido, se ha subrayado mucho la idea del lenguaje popular, que a mí me
gustaría matizar un tanto. Yo hablaría mejor de los lenguajes, que son en
alguna medida generacionales. En la novela están, por ejemplo, el lenguaje de
los cómics, que para mí resultó un descubrimiento literario; el lenguaje de la
mitología afrocubana, que en la novela es bantú y no yoruba porque quise ser
fiel a mi experiencia personal; el lenguaje de la música; el lenguaje de la
danza, que para sorpresa mía no ha sido señalado por ningún crítico y es el
elemento que mejor define al cubano; el lenguaje político, al que la revolución
imprime una dinámica extraordinaria; etc. Así, la idea del lenguaje popular
puede ser reductivista en este caso si se observa solo como algunas expresiones
características. Me gustaría más hablar de una multiplicidad de lenguajes.
J.L.H.: ¿Pretendiste
escribir la novela de la revolución cubana?
J.D.: Estoy convencido de
que se va a producir una novela de la revolución, pero de conjunto. En esa
novela de la revolución hay obras que anteceden a Las iniciales de la tierra y otras que la seguirán. Es ingenuo
pensar que uno ha escrito esa novela de la revolución. Yo solo pretendía salvar
ciertas memorias, ciertas angustias, ciertas tensiones. Luego de escrita la
novela, me he dado cuenta de que ella es una reflexión sobre la intolerancia,
sobre ese hábito permanente de juzgar a los demás que se nos fue pegando, esa
paranoia quizás necesaria producida por cierto estado de la lucha de clases. Es
decir, desarrollamos una enorme capacidad para clasificar el mundo y para
emitir juicios acerca de las personas que nos rodeaban, hasta que un día el
juzgado era uno mismo, juzgado sin apelación posible, y entonces uno rechazaba
ese hecho porque creía conocerse muy bien y, si no era perfecto, pues casi.
F.P.: ¿Te han impugnado la
novela por ser demasiado contenidista?
J.D.: Por escrito no, salvo
el trabajo publicado por Leonardo Padura en Casa
de las Américas, cuya idea del personaje manipulado, del exceso de
acontecimientos y del historicismo de la novela, anda por ahí. Estos son criterios
manejados hasta ahora solo en Cuba y por un sector muy localizado de lectores,
casi siempre escritores coetáneos que forman parte de un cierto estado de opinión.
A mi juicio, eso está vinculado, entre otras razones, al crecimiento en Cuba
del minimalismo literario, que se rige por la idea de que la gran historia ha
sido ya contada y que lo importante ahora son los acontecimientos mínimos de la
vida cotidiana. Pienso que la literatura, como posibilidad, es tan grande que
caben dentro de ella con igual derecho obras que van desde La guerra y la paz hasta El
extranjero. Puesto a escoger, yo hubiera preferido escribir La guerra y la paz, simplemente.
Imagen de la pauta original marcada tipográficamente en 1988, cuando debió publicarse la entrevista.
Para leer la entrevista: http://www.uneac.org.cu/gaceta/PDF/2013/gaceta-06-13.pdf y la encontrará en la página 22 de La Gaceta de Cuba. Un consejo: sea paciente, el sitio entra con bastante lentitud (cuando entra).
Es lamentable pensar cuanto espíritu romo impidió en Cuba la publicación de obras que hubieran podido participar dinámicamente en problemáticas contemporáneas. A menudo se retrasó tanto la publicación que quedaron como epitafios de hechos ya cerrados.
ResponderEliminarCiertísimo, Joel. Recuerdo una anécdota relacionada con Jesús: Cuando se aparecieron con la rectificación, en un Congreso de la UNEAC, Aldana reprochó a los artistas no haber sido suficientemente críticos con los errores. A lo que Jesús le contestó: "Coño, me censuran una novela y arriba tengo que aguantar que los censores me digan que no fui suficientemente crítico".
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