Sexta estampa mongólica
El tren de Contramaestre se fue con el impulso de
siempre. Tan distinto al de Santiago, que jamás entraba a su hora y se oía
enfurruñado, a lo mejor por tener que cargar gente hasta encima del techo. Y
del habanero ni se diga, ese era el peor de todos; sonaba como si se creyera
importante. Después que el silbato dejó de oírse más allá de los elevados, me
quedé tranquilito en la cama, pensando en lo que dirían los trenes si pudieran
hablar.
Al salir para la escuela, tuve que dar una vuelta
porque habían cerrado la calle Figueredo y una pila de gente se empujaba
tratando de ver qué estaban haciendo los policías en el portal de la esquina,
donde habían encontrado a El Mudo con un punzonazo en el corazón. «Más muerto
que un muerto», informaba Yoyi a quienes llegaban nuevos. Y opinaba: «Él se lo
buscó por fresco y rescabuchador».
Como el profe Jacinto faltó ese día, quedó una hora
libre después del receso. Pepín y Alexis querían a jura Dios que bajara con
ellos para ver a las muchachas de décimo haciendo Educación Física; pero no, me
fui a la biblioteca. La historia con final sorprendente que nos había pedido la
profe de Español me salió de un golpe, igualito que si alguien me la hubiera
puesto ya escrita en la cabeza. Fui de lo más contento para el aula de
Educación Laboral y allí estaba la directora, esperándonos para informar que el
profe Jacinto no daría más clases de Historia. Lo habían expulsado por hablar
en el aula de no me acuerdo qué libro escrito por un traidor a la patria.
Algunos días llegan como el tren de Santiago, atravesados.
Que mataran a El Mudo, pase; dormía en la calle y se masturbaba delante de las
mujeres. Pero el profe Jacinto era un tipo diferente. A la salida, Pepín dijo
que iba a extrañar los cuentos sobre personajes de la historia que hacía el
profe Jacinto. «Él se lo buscó», respondió Manzanillo, «hay cosas que no se
pueden decir», y lanzó un bostezo grande. De todas formas, ya tenía escrita mi
historia y eso era lo importante, pensaba yo.
Esa tarde, en punto a las cinco, puse rumbo al
Parquecito de las Madres y encontré a El Poeta en su banco, cogiéndole la
sombra a la estatua. Mientras él leía mi escrito, no dejé de mirarlo fijo a la
cara, queriendo adivinar qué le parecía la conversación del muchacho con su
mejor amigo, que en la última línea se descubría era un tren. Al terminar no
exclamó «¡Qué final tan sorprendente!» Leyó todo de nuevo y por fin dijo «Yo
tú, no la entregaría; la gente se asusta con las cosas que le parecen raras». Y
se viró como si buscara el apoyo de la estatua para lamentarse «Mírame a mí,
que ni trabajo tengo por reconocer que soy espiritista».
Al regreso encontré un revuelo terrible en la
cuadra. Resulta que una noche de esas, jugando dominó frente al tostadero,
Salomón-la-luna comentó que si El Mudo volvía a propasarse con su nieta, le iba
a dar una puñalada. Pues la policía se lo había llevado preso. Nunca supimos quién
dio el pitazo. Ese fue un misterio tan grande como la manera en que
Salomón-la-luna hubiera podido acertarle un punzonazo en el corazón a El Mudo
siendo un viejo que ni podía despachar el arroz en la bodega por el temblor de
las manos. Eso opinó tío Eusebio, y papito contestó «Hay que tener cuidado
hasta con lo que uno dice delante del espejo».
Llevaba un rato despierto cuando el tren de
Contramaestre se fue esa madrugada. Oyendo la alegría y el embullo del silbato
que se perdía más allá de los elevados, me convencí de que a él también le
parecía extraño ese tanto miedo a decir las cosas. Al final, nadie hablaba
menos que El Mudo y era el único que estaba muerto.
Ilustración: Descomposition,
indian clear (2014), de Citlally Miranda. Collage. Fotografía sobre papel,
20” x 26”.
Sobre la artista:
Citlally
Miranda (Santo Domingo, 1970): Creadora
multidisciplinaria, su propuesta visual es el resultado de una intensa búsqueda y arroja
una mirada cuestionadora sobre su entorno. Cuando le preguntamos en qué
trabajaba ahora, respondió: «Estoy en la fase en que me pregunto cuáles son esos elementos que construyen identidad, y por qué son tan importantes».
Segunda estampa mongólica: El héroe
Tercera estampa mongólica: El encuentro
Cuarta estampa mongólica: El sueño
Totalmente de acuerdo con el tren de Contramaestre, pero hay muchas formas de estar muerto sino pregúntale al profesor de historia y al poeta. Me gusto mucho gracias
ResponderEliminarCierto de toda certeza, Ailin, hemos convivido con muchos muertos de ese tipo, que son los peores porque viven sufriendo su muerte. A ellos y a esa muerte que es no atreverse a decir las cosas creo que quiso referirse, en su extraña manera, el mongo.
ResponderEliminar«Yo tú, no la entregaría; la gente se asusta con las cosas que le parecen raras»...me ha gustado el texto y también la Ilustración de la siempre Feraz Citlalli Miranda. Excelente
ResponderEliminarSole, vi la obra de Citlally cuando ya estaba escrito el texto y me dije: "Esa es". Nada, que Citlally es de las cosas buenas que nos han pasado a todos los que privamos en dominicanos.
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