Creo firmemente que vivir es un itinerario hacia uno mismo, hacia la persona que nacimos para ser. En este blog se habla sobre literatura y se recrean encuentros con personas que me ayudaron a ser el camino que soy y que viven otra existencia aparte aquí conmigo, como talismanes contra el desamparo. Algunas de ellas son conocidas; otras, apenas siluetas tras la cortina de humo del tiempo; las menos, figuras que pueblan la realidad de mi imaginación; todas fundamentales.

jueves, 20 de enero de 2022


Manuel Matos Moquete



1. Lo mejor de esta novela es que se va deshaciendo del autor, a quien nombro aquí para que el pobre José M. Fernández Pequeño no quede en el olvido, puesto que la obra sola ha ido haciendo su camino, como todas las cosas que han quedado en la historia. ¿A quién le importa saber quién inventó el palito de coco? ¿Qué ventaja da saber quién escribió El Quijote?

2. La mala fe de esa novela, siempre hay mala fe en la obras literarias, es que fue escrita con ganas, pasión y entrega, como un soplamocos a quienes creen que la literatura es un maíz y que escribir es ponme ahí tres de yuca y dos de papa, y ya está, y salir por ahí alardeando de gran escritor.

3. Ese texto, además de tener 362 páginas, encierra varios mundos-culturas. Por lo pronto, el cubano, el dominicano, el caribeño y el propio del autor. Y su lectura requiere detenimiento y esfuerzo de comprensión mediante recursos de apoyo, si se quiere aprovechar, aun en un primer nivel de lectura, como fuente de conocimiento y aprendizaje. En cambio, el valor enciclopédico de esa obra es de una enorme dificultad para los lectores de pacotilla, como hay tantos en República Dominicana, donde se lee poco, pocas páginas, cosas fáciles y rápidamente, como para decir que se leyó algo.

4. Otro gran valor de la obra, que agrava la dificultad para el lector superficial, es que ella representa una tamaña pela de trabajo en el arte de narrar, en el cual el autor se vale de múltiples magias creativas, diversos escenarios, formatos, registros de habla, situaciones, y todo rueda como en coche. Es decir, la obra es un pandemonio muy ordenado y difícil de penetrar con solo un simple por arriba de lectura, pero que produce un enorme placer y riqueza en quienes se dan a su lectura con deseos de penetrar en el universo literario de formas-sentidos.

5. Lo malo de esa novela es su misma complejidad, como si fuera verdad lo que dice la gente: Que todo tiene su pro y su contra y que no hay mal que por bien no venga. Claro, si no olvidamos que Tantas razones para odiar a Emilia es una obra escrita por un señor que es genio y figura hasta la sepultura. Y quien mete esa sencillez y ese gracejo que dan seguidillas en todo lo que él dice y hace, como son los tantos relajos cubano-dominicanos que generosamente desparrama, como en estas pizcas de diálogos:

“—No relaje… Pues vea, ayer yo era Sammy Sosa, pero me sacaron de la pelota por la bobería esa del bate con corcho, y más luego perdí todos los cuartos apostando en los gallos. ¿Le parece?"

“— ¡Coñóóóó, ahora sssí hirvió el potaje! Ni sabía que ibas al seminario, assere.”

En fin, que es mejor leer la novela con sus propios ojos, gozarla, no que yo se la cuente, y olvidarse de Fernández Pequeño.


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Tantas razones para odiar a Emilia



Nota: El nombre de Emilia, que ilustra este texto, fue escrito por el artista colombiano Oswaldo Maciá en el programa de un simposio sobre arte contemporáneo en el Caribe que tuvo lugar en Martinica y durante el año 2008. Esa grafía descendente marca el momento en que apareció la idea de escribir una novela titulada Tantas razones para odiar a Emilia.

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