(Tomado de El Exégeta)
En
diciembre de 2013, Armando Yero La O, periodista de CMKX Radio Bayamo, en Cuba,
envió un cuestionario al también escritor bayamés José M. Fernández Pequeño
acerca de la literatura cubana escrita por emigrantes y sus posibilidades reales
para alcanzar al lector de la Isla. La entrevista fue colgada en Sol Bayamo, blog que realiza el entrevistador, donde
apenas permaneció on line trece horas,
exactamente el transcurso de una noche. En atención al espacio, El Exégeta reproduce ahora las preguntas fundamentales
de la entrevista, cuyas respuestas han sido aligeradas además de datos, nombres
y explicaciones innecesarias para un lector radicado fuera de Cuba. El texto,
en sí mismo, puede ser leído como una paradoja pues la argumentación que
desarrolla termina por explicar la naturaleza de una orden de censura que aún
no había sido emitida en el momento en que las preguntas estaban siendo
respondidas (Ena Columbié).
Yero La O: ¿Qué opinas acerca del acceso del lector de la Isla a la obra de
escritores cubanos que están escribiendo en el exterior?
Fernández
Pequeño: Ese grifo, si acaso, gotea. En un país sin editoriales ni
distribuidoras independientes y con un acceso a Internet tan escaso como
selectivo, para el lector cubano casi todo se reduce a los libros impresos sobre
papel por editoriales estatales que, mayormente, permanecen de espaldas a los
fundamentales procesos creadores que los escritores cubanos han desarrollado durante décadas en buena parte del mundo. Son procesos
de una gran complejidad e importancia para la cultura cubana, que no pueden ser
abarcados con la publicación de algún libro escrito por un autor clásico,
exiliado y ya fallecido; o de unos pocos escritores vivos y emigrados, con
preeminencia para quienes mantienen una postura no muy crítica hacia el
acontecer político-social de la Isla; o dando cabida en las revistas a ciertas
firmas pertenecientes a la llamada diáspora cubana.
Esa es una situación en la que todo el mundo pierde, pero donde nadie
sale tan lastimado como el lector y las instituciones culturales del Estado
cubano, cuyos premios nacionales y demás gestos promocionales trazan un mapa
incompleto, mientras actúan como si así no fuera, como si ese cuerpo al que le
falta un ojo, una oreja, media boca, un brazo, una pierna y medio ombligo fuera
realmente la literatura cubana. No puede ser de otro modo. El objetivo
de la política cultural cubana en ese terreno sigue enfocado en administrar los
gustos y deseos de los lectores. Y claro, las instituciones oficiales saben que
la decisión de cambiar aunque sea un milímetro de esa política cultural tiene
que venir “de arriba” pues cualquier atrevimiento excesivo terminaría poniéndolas
“fuera de juego”. Cierto es que algunas lo intentan, pero medrando de concesión
en concesión, regateando un poquito de coraje de vez en cuando no puede irse
muy lejos.
Dejemos algo bien claro. Aunque hay escritores cubanos regados por casi
toda la vasta extensión del planeta, el problema a que nos referimos no es tanto
de dispersión como de exclusión. Cuanto llevo dicho hasta aquí afecta también –y con más
razón aún– a no pocos escritores residentes en Cuba que han asumido una postura
crítica ante el Gobierno de la Isla, con lo que han ido a parar en el inxilio.
Es decir, el centro del asunto sigue estando en el maleficio de la cultura
dirigida desde estrictos, implacables y bipolares criterios políticos para los
cuales nación, patria, cultura y gobierno se funden en un único concepto
despojado de matices y que, por tanto, deja muy raquíticos espacios para el
disenso.
En fin, salvo excepciones, si un lector residente en Cuba quiere leer el
libro de un escritor cubano –radicado dentro o fuera– cuya perspectiva resulta incómoda para el Gobierno de la Isla, tiene que
atenerse al mecanismo de circulación de mano en mano, como hacíamos tú y yo en
los años sesenta con los discos de los Beatles camuflajeados en carátulas de la
Orquesta Aragón. Pero –y estoy seguro de que te das cuenta– han pasado cincuenta largos años, estamos los
dos a las puertas de la tercera edad, y al menos valía la pena que algo hubiera
cambiado en el país que, con todo derecho, ambos consideramos nuestro.
Yero La O:
¿Cuál es tu opinión acerca de la literatura
que hacen los escritores cubanos fuera de la Isla en otros idiomas? ¿Puede
considerarse literatura cubana?
Fernández
Pequeño: Absolutamente sí. La lengua es una herramienta cultural en la medida
que se le observa desde la perspectiva de la comunicación pragmática, en la humana
y compleja acción de crear sentidos e intercambiarlos. Su naturaleza cultural
no radica solo en las palabras, estructuras y normas disponibles para que podamos
usarlas, sino sobre todo en el uso que los hablantes hacen de estas a diario
para resolver la tarea de vivir en sociedad… en cualquier sociedad. Convertir
la lengua en un fetiche o un símbolo por el estilo de la bandera, el himno,
etc., ayuda poco a entender su real importancia. Digámoslo rápido: no importa
qué lengua –si el inglés o el español– usaron Guillermo Cabrera Infante o Antonio
Benítez Rojo para escribir algún que otro original, el resultado siempre fue
todo lo cubano que ellos eran.
El asunto, además, no es nuevo para nosotros. Desde los albores de la nacionalidad,
en el siglo xix, tuvimos autores
emigrados que escribieron más de un texto en un idioma distinto del español e
incluso se insertaron en otros medios intelectuales. Tanto es así, que en 1941
el intelectual dominicano Max Henríquez Ureña se dio a la tarea de estudiar a un
grupo de autores cubanos que habían hecho del francés su lengua literaria –Heredia, Andrés
Poey, Augusto de Armas, etc.–, y tuvo la sagacidad de no desterrarlos. Tituló su ensayo Poetas cubanos de expresión francesa. Creo
que hoy estamos obligados a una aún mayor flexibilidad de criterios pues en los últimos cincuenta
años la cultura cubana se ha hecho transnacional y nada sería menos sano que atarla
territorialmente a una única nación o someterla a un concepto de patria
estrecho u obcecado.
Esa condición transnacional no es una excepción cubana. Prácticamente
todas las sociedades caribeñas enfrentan la compleja tarea de cómo entenderse a
través de procesos culturales protagonizados por sus nacionales en países y
condiciones bien diferentes, sin pretender que alguno de estos sea el centro y
el resto periferia. Se trata en todas partes de una lectura difícil, pero dudo
que esa tarea sea en cualquier otro lugar tan ardua como en el caso cubano
donde, a los tabúes, fetichismos e intolerancias típicas del nacionalismo a
ultranza, se suma una perspectiva política que mira al emigrado con
desconfianza, por decirlo amablemente.
En fin, tu pregunta es más que pertinente. Apunta hacia un pasado en que
la cultura cubana jamás fue única ni monolítica, señala a un presente que
muchos prefieren no ver y nos enfrenta a lo que sin dudas será un futuro marcado
cada vez más por la diversidad.
Yero La O: ¿Cuáles crees que son las causas que impiden
una mayor publicación de los escritores cubanos del exilio en la Isla?
Fernández Pequeño: Dícese
que hay una razón financiera. Es cierto que los presupuestos para publicar
literatura en las editoriales cubanas se han reducido al mínimo, como lo es también
que cuando hubo recursos y se publicó cualquier cosa, desde El siglo de las luces hasta el último
trino del último componedor de versos en el último taller literario del último
caserío de la campiña cubana, tampoco apareció la voluntad de mirar hacia
afuera, salvo las excepciones que mencioné al principio.
Dícese igualmente que muchos de los más divulgados autores cubanos
residentes en el exterior no autorizarían la publicación de sus textos por
parte de las editoriales estatales en la Isla. Y así es. Bien porque fueron
perseguidos y obligados a abandonar el país donde nacieron, bien porque se
niegan a participar en lo que entienden como una jugada de conveniencia para
legitimar un sistema político aquejado de desgaste, bien porque una publicación
de esa naturaleza afectaría sus intereses fuera de Cuba; por la razón que fuere,
algunos no desean aparecer en los catálogos de las editoriales controladas por
el Gobierno cubano. Si bien no comparto ese punto de vista, lo entiendo
perfectamente y lo respeto porque, a fin de cuentas, cada quien tiene derecho a
elegir con cuál editorial publica sus textos o no.
Lo inadmisible es usar esa negativa por parte de algunos escritores
cubanos en el exilio como un pretexto para justificar la obstinación oficial
cubana en vetar a autores debido a su posicionamiento político, estén estos
dentro o fuera del país. ¿Hay voluntad de poner las obras de todos los
escritores cubanos –no importa cómo piensen o cuál sea su credo político– a disposición
del lector residente en la Isla? Pues muy fácil, que se autorice el
establecimiento de editoriales o distribuidoras independientes y en capacidad
de editar o hacer circular las ediciones ya existentes de esos autores. ¿No ha
necesitado el Estado cubano volver desesperadamente a la opción privada? Del
mismo modo que permite la existencia de una cafetería o una barbería en manos
particulares, ¿por qué no hacerlo con una publicación periódica, una editorial
o una distribuidora de publicaciones?
En fin, dícese que hay mucha intolerancia entre los intelectuales y
las instituciones culturales cubanas de ambos lados; es decir, del país y del
exilio. El
criterio se me hace de una ingenuidad como mínimo sospechosa. Primero
por lo obvio. Tras medio siglo de exclusiones, de a favor todo y en contra
nada, de vigilancia y persecuciones por razones de pensamiento, no puede haber
sino agresividad e intolerancia. Segundo, porque mixtifica el problema al
plantearlo como un diferendo entre instituciones e intelectuales residentes en
ambas orillas, cuando –como ya dije antes– las instituciones culturales en la Isla ni son
autónomas ni tienen la potestad de tomar decisiones independientes en torno a quién
publican, a quién promocionan o a quién invitan. Y tercero porque, bien
definidos los verdaderos contendientes en la controversia, usted no puede
comparar la intolerancia que ejerce un individuo o un grupo de la sociedad
civil con la que se ejerce desde el poder, sobre todo si se trata de un poder absoluto.
Causas que obstaculicen un mayor acceso del lector en Cuba a la obra de
los escritores en el exilio y/o inxilio puede haber varias; pero decisiva, una
sola: la intolerancia ante lo diferente convertida en política de Estado. Y
algo hay de paradójico en todo esto. Nadie ha trabajado con tanto ahínco para multiplicar
la migración y, por ende, acentuar la condición transnacional de la cultura
cubana como el actual Gobierno de la Isla. Tras medio siglo, esa masa
migratoria está formada por millones de personas, constituye uno de los
poquísimos sostenes firmes de la economía cubana y, sin embargo, no solo carece
del más elemental derecho dentro de su país, menos aún se le dan las gracias, sino
que además es vista como potencialmente peligrosa, cuando no decididamente
enemiga. ¿No te parece una paradoja descomunal?
Foto: Ena Columbié.
usted es un iluso, publicar una entrevista de tal naturaleza en un blog cubano dirigido por la seguridad del estado
ResponderEliminarpueden explicar por que desapareció la entrevista de ese medio virtual Sol Bayamo
ResponderEliminarLo paradójico Sr Fernandez Pequeno es que usted viviendo en Estados Unidos, en tierra de Libertad, tenga que acceder a una entrevista de alguien que vive en Cuba y que edita el blog oficcial de la ciudad de Bayamo
ResponderEliminarVaya, que apareció la gentuza de siempre, los estúpidos de cada día. Los que creen que en Internet no es posible rastrear de dónde salió un mensaje y que pueden decir lo que les dé la gana sin que se sepa quiénes son. Bueno, pues a pisotear a las cucarachas.
ResponderEliminar¿Que el blog cubano Solbayamo es oficialista? Coño, qué sentido del humor más estropeado tiene el señor Anónimo que aseveró tal disparate...
ResponderEliminarPobre destino el de ese país donde nacimos. Fuera y dentro, gente sin otro talento que no sea el necesario para perseguir y lastimar. Diletantes que no pueden debatir una idea, a los que no les interesa entender sino constreñir y acusar. Enanos mentales incapaces del coraje de escribir con su propio nombre y creen que por eso no serán reconocidos. Estamos fastidiados. Pero, por ahora, que vayan a vomitarse encima. Aquí no tienen lugar.
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